¿Deriva institucional o valorización del capital?

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Un sector de profesionales de la salud toman con seriedad la degradación del sistema sanitario a nivel mundial: Una expresión de esa degradación es la medicalización. El artículo “Salvaguardas, deriva institucional e industrias farmacéuticas” de Gervas, Novoa y Ponte ( http://amf-semfyc.com/web/article_ver.php?id=1296 ) ensaya un diagnóstico. Lamentablemente ese diagnóstico es abstracto y unilateral en sus determinaciones. Intenta historizar la cuestión aunque elude acontecimientos importantes. Y aunque quita la cuestión del ámbito de las decisiones individuales, no la ubica en la lucha del trabajo contra el capital sino en el mundo de la cultura, la moral y el estado (burgués).

El centro de la argumentación es que hubo un cambio en la industria farmacéutica (IF) en la década del 90 que modificó la orientación de la misma. Que la IF “optó” por este cambio: de estar basada en las necesidades de la población a estar basada en el negocio, y de ser segura a ser peligrosa. Voy a utilizar como punto de referencia a la industria farmacéutica de EEUU porque resume y anticipa gran parte de los eventos en discusión, por su envergadura y porque esa envergadura condiciona a las otras industrias nacionales (en los pocos países en que hay) a seguirla en sus lineamientos centrales.

Antes de avanzar en lo específico conviene enmarcar la cuestión: desde los 60 se registró una caída generalizada de la tasa de ganancia capitalista, esta precipitó una crisis que se resolvió en una derrota revolucionaria a nivel mundial (de la cual la dictadura del 76 es la expresión vernácula). Este episodio de la lucha de clases tiende a ser absolutizado: no es una derrota sino el fin de la historia dicen los neoliberales y los progresistas asienten al considerar que la oposición capital-trabajo ha caducado y sólo restan discutir modalidades del capital. Bien, la degradación de los sistemas de salud a nivel planetario a pesar de los inmensos capitales en juego nos obliga a pensar (al menos) si no sigue siendo el capitalismo como sistema lo que está en el centro de la cuestión.

Entonces abordemos el texto de la deriva institucional con algunas precisiones. Comencemos por la seguridad de la industria. Cada reforma de los presupuestos y legislaciones de la FDA fue motivado por una catástrofe. La más conocida, la de la Talidomida, provocó la Reforma Kavaufer de 1962. El pequeño tamaño inicial de la agencia en relación con sus tareas, que fue creciendo al ritmo de los inconvenientes, permite dudar si no hubo muchos más eventos similares y no fueron detectados. Pero con los conocidos alcanza. Demostrando que la función del estado (burgués) es garantizar la acumulación, la reforma del 62 fue seguida al poco tiempo de un aumento de la duración de las patentes que garantizara mantener las ganancias a pesar de las nuevas exigencias.

En sentido contrario a la idealización del primer periodo del siglo, el descubrimiento de la penicilina en 1929 debió esperar 12 años y una guerra mundial para que el gobierno de los EEUU (y no las farmacéuticas por si mismas) promoviera su producción masiva. Ni hablar del papel de IGFarben durante la gobierno nazi o del experimento Tuskegge. No todos los medicamentos eran seguros antes e inseguros ahora, los psicofármacos, por ejemplo, han tenido su explosión a partir de un salto en la atenuación de sus efectos adversos que está en la base del fenómeno de la medicalización.

Sobre la orientación centrada en la salud de la población también hay que precisar. La literatura sobre la industria menciona el “fin del ciclo de las infecciosas” en la década del sesenta. Este ciclo culmina no con la derrota de las enfermedades infecto contagiosas sino con el cierre del rendimiento económico de las moléculas referidas a esas enfermedades. A pesar que la resistencia a los antibióticos y las infecciosas tropicales hacían visible que no había concluido ningún ciclo, desde el punto de vista de la demanda y la ganancia si se había cerrado algo. El fin de este ciclo demuestra que la IF, como toda industria capitalista, tiene como lógica inevitable la valorización del capital. Otra cosa es que en ese proceso, la salud poblacional sea parte del abaratamiento de la mano de obra y por tanto coincida con el sentido general de la acumulación. La industria farmacéutica tiene los mismos condicionamientos para su existencia que cualquier otra rama de capital: compite para sobrevivir, y para triunfar en la competencia debe aumentar su caudal tecnológico y por lo tanto la escala (y el mercado dónde vender esos productos fabricados en cantidades mayores) Sólo las moléculas novedosas, protegidas por patentes, cada vez más extendidas, permiten el sostenimiento de los ciclos de inversión e investigación. Se duda constantemente de las proporciones de las inversiones en investigación y comercialización. Pero bajo la forma de acumulación competitiva del capital internacional no hay posibilidad de separarlas porque ambas contribuyen a la tasa de ganancia de la industria. ¿Qué sucede si una rama productiva no tiene tasas de ganancias dentro de la media mundial? Desaparece porque los capitales van dónde se pueden valorizar. Entonces la tasa de innovación permite las patentes y las patentes protegen la tasa de ganancia y la relanzan. Las me too son resultado de ese proceso. Y las frecuentes demandas no son parte de una ofensiva contra las farmacéuticas liderada por grupos de opinión científicos sino por las propia competencia capitalista, la tensión de éstas con seguros, organismos estatales y servicios de salud (los pagadores). Bajo los colores del cristal del liberalismo político y su perspectiva individualista se exagera en general la incidencia de los grupos de opinión y se desmerece la de la competencia capitalista, incluso cuando usualmente los grupos de opinión exitosos son financiados por empresas rivales.

La IF se apoya cada vez más en que salud es un término inespecífico, bajo el que se ponen en juego un conjunto de satisfacciones humanas. Cada vez es más amplia la proporción de ganancias provenientes de anticonceptivos, psicofármacos auto administrados, drogas de estilo de vida, etc., consumos que no se relacionan con la morbimortalidad sino con satisfacciones, elecciones de modos de vivir satisfactoriamente.

No es ajeno a este problema que cada vez más capas no obreras son incluidas en la clase trabajadora. La ley de cuidados inversos no es más que una expresión parcial un doble proceso: las capas pequeño burguesas (comerciantes, campesinos, profesionales liberales, etc.) tienden a ser incluidas en la clase trabajadora, es decir a vivir de vender su fuerza de trabajo y a perder el dominio sobre su actividad. A la vez el aumento de la productividad del trabajo lleva a crear una población sobrante cada vez mayor (que huye del campo a hacinarse en la periferia de las grandes ciudades) que ya no son necesarias para la reproducción del capital. Obviamente esas capas obreras desocupadas u subocupadas (pero proletarias en tanto no pueden vivir de otra cosa que de la venta de su fuerza de trabajo) en constante aumento, innecesarias en el orden productivo no son atendidas por el mercado y esta es la base estructural de la ley de cuidados inversos.

La proletarización médica impide volver atrás. El proceso que afecta a las capas no obreras del mundo afecta también a las profesiones liberales, cada vez menos independientes y más asalariadas. De manera que cada vez más, en un proceso cuya tendencia se muestra irreversible, la salud está en manos de trabajadores asalariados cuyo dominio sobre su propia acción se ve disminuido y determinado de manera crecente por el capital. Ese proceso llamado “subsunción real” afecta a los profesionales de la salud de manera creciente y señala un límite (el de la autonomía recortada) y un horizonte (el de la asociación con el resto de las fracciones trabajadoras)

Para la correcta intelección de este proceso es necesario descartar la suposición de que hay dos capitalismos el bueno y el malo: por un lado produce y por otro vende, publicita y presta. Por un lado las fábricas sanas y por otro el comercio, la publicidad y el financiamiento enfermos. Una repetición con siglos de atraso de la crítica cristiana medieval al capitalismo naciente. De haber triunfado esa crítica hoy hablaríamos como los alquimistas y moriríamos a los 40 años. El capital invierte para obtener ganancias. Sus costos son los de todos los trabajos que le insume realizar esa ganancia. En ellos están incluidos los intereses a los bancos que le adelantan el capital, los costos de investigación y fabricación, de transporte y comercialización y de publicidad. Cuando toda esa cadena funciona (no siempre lo hace) la inversión retorna con rédito. En este sistema no se puede separar el conjunto de fracciones porque es un sistema. En el período histórico progresivo, cuando necesitaba expandir las incorporaciones humanas a la producción, aún de un modo bestial, el capitalismo expandió la vida en cantidad y calidad, desde que esta relación se invierte, el capital declara una guerra sin cuartel ni retorno contra masas crecientes de la población mundial.

En resumen: la profesión médica se ha proletarizado, al capital le sobra gran parte de la población mundial y la industria farmacéutica se concentró y busca patentes novedosas que le garanticen la tasa de ganancia, para las que publicita y comercializa sus productos. Para eso vende productos químicos que apunten a cualquier satisfacción humana que posea poder de compra y la inespecificidad del concepto de salud lo permite ampliamente.

Medicalización, ley de cuidados inversos, deriva institucional, proletarización de la profesión médica. El conjunto de síntomas responde a una enfermedad mucho más grave que la diagnosticada en el artículo (el quiebre de las salvaguardas, la necesidad de un retorno a la vieja y sana modalidad del capital) sino un cáncer (no incipiente sino diseminado): una sociedad que organiza el conjunto de las actividades productivas en función de la valorización constante de capitales cada vez más poderosos y competitivos.

Entonces se trata de evitar la perspectiva posmoderna de fragmentar y analizar por separado. En esa perspectiva el “capitalismo” no es un sistema social con leyes propias sino un clima moral malsano, un discurso o una deformación parcial de algo que podría funcionar porque alguna vez funcionó. Pero no es así. El problema es el capitalismo y su funcionamiento en este momento histórico. Y la ley de cuidados inversos, la medicalización de la vida, la deriva institucional o la degradación de la salud sus expresiones particulares a las que hay que combatir de conjunto y apoyados en la clase trabajadora.

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