El psicofármaco en la encrucijada

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encrucijada (de en- y el ant. crucijada)

1f. Lugar de donde parten varios caminos en distintas direcciones.

2 Situación difícil en que no se sabe qué conducta seguir. 2 *Apuro.

3 Ocasión que se aprovecha para hacer daño a alguien.

El próximo 17 de febrero tendrá lugar en el hospital Gregorio Marañón una jornada de debate sobre el empleo de los fármacos en salud mental que ha sido planteada en términos, cuando menos, un tanto obtusos. “El paciente y el psicofármaco: una encrucijada”, se ha titulado el evento.

La convocatoria se realiza mediante un desconcertante y atropellado texto que reproducimos a continuación:

Son necesarias varias lecturas para tratar de comprender estos dos párrafos. La redacción llega a ser abiertamente agramatical por momentos,  el uso de la puntuación es incorrecto y existen errores de concordancia. No queremos deleitarnos en ello, simplemente nos parece significativo que un grupo de personas (suponemos que los nombres que figuran un poco más arriba en el programa que enlazamos) plantee la necesidad de establecer una comunicación sin pararse a leer su propia propuesta, sin hacer esfuerzo alguno por hacerse entender.

Y eso solo en lo que atañe a las cuestiones formales. También es paradójico redactar dos párrafos donde en el primero se esparce mierda y resentimiento, mientras que en el segundo se hace un llamamiento a “un sano debate, sin fanatismos”. Es complicado de comprender, la verdad.

Y ya situados en un plano donde se mezclan estética y lógica, ¿cómo puede plantearse un debate en libertad sobre el uso de fármacos a la sombra del logo de Janssen? De veras, estas cosas solo pasan en la psiquiatría. No hace falta denostarla, es ella la que se lastima a sí misma una y otra vez. ¿Qué credibilidad podemos darle? ¿Se imagina alguno de nuestros lectores “un sano debate” sobre desahucios y soluciones habitacionales bajo el logo del Banco Santander? Parad de leer, volved a consultar el programa: ¿es esta una propuesta coherente, lúcida o razonable?

Hay algo de irónico en que un puñado de locos tengamos que poner por escrito este tipo de cosas, que seamos nosotros quienes evidenciemos esta sucesión de desatinos. O eso es lo que nos parece (bien podrían haber sido otros profesionales o algún estudiante con sentido común o algún familiar que todavía guarde la capacidad de pensar por su cuenta). La relación entre paradoja y psicosis ha sido ampliamente estudiada, lo que hace si cabe más hilarante la situación. La gente que supuestamente se dedica a cuidar a los pacientes psiquiátricos son incapaces de reflexionar sobre su principal propuesta clínica, los fármacos, sin nadar en un mar de incoherencia.

Más allá de de esta pequeña introducción general a la naturaleza de la jornada anunciada, queremos compartir una serie de reflexiones que esperamos que sirvan de punto de partida para debates reales realizados en espacios seguros e inclusivos, donde participen no solo los prescriptores de psicofármacos, sino también sus consumidores. Entendemos, tal y como hemos tratado de explicar unas líneas más arriba, que esta jornada no garantiza esas condiciones, y animamos a que se realicen esfuerzos comunicativos en otros lugares y bajo otros planteamientos.

Comenzamos llamando la atención sobre la apelación realizada en el texto a la “enfermedad”, algo que entendemos más como maniobra que como argumento de tipo alguno. Desde hace poco, determinados psiquiatras han encontrado una manera de desacreditar a los activistas de la salud mental: no estamos enfermos. Ellos, que han estudiado mucho, saben quién está enfermo y quién no (carecen de pruebas objetivas para elaborar sus diagnósticos, pero esa es otra historia). Y si ponemos la cuestión de la recuperación sobre la mesa y hemos alcanzado estadios en los que ya no vamos babeando por las esquinas, es que no estamos enfermos.  Somos falsos positivos. Os recomendamos una antigua publicación que se redactó al respecto, y donde quedó abordado el concepto de falso positivo. Cualquier persona que consuma psicofármacos, o que ya no lo haga, o que lo haga en dosis distintas a las prescritas, que esté contenta con ellos o que los odie, o que le hayan sido prescritos y no los tome… cualquiera de esos sujetos está completamente legitimado por la experiencia para hablar sobre el uso de los mismos. Y por tanto, todos los movimientos realizados con la intención de callar o atenuar su voz son tendenciosos y revelan un notable desprecio por el otro.

Creemos que en última instancia cualquier debate en el ámbito psiquiátrico promovido por sus profesionales debería construirse teniendo en cuenta unas coordenadas básicas (que con demasiada frecuencia son olvidadas, ya que suponen un ejercicio de humildad que no siempre resulta gratificante): ¿cómo ayudamos a la gente?, ¿se mejora, se avanza?, ¿se reducen las tasas de enfermos mentales?, ¿se incrementa su esperanza de vida?, ¿cómo están esos enfermos de los que hablamos?, ¿qué opinan sobre su calidad de vida?, ¿qué relación hay entre esa calidad de vida y los cuidados que les dispensamos?, ¿cómo les afectan los tratamientos que les dispensamos?

Desde luego, la mejor manera de plantear un diálogo constructivo sobre la que quizás sea la cuestión central de la psiquiatría moderna no es realizar una suerte de ajuste de cuentas con movimientos como el de “escuchadores de voces” o libros cuyos títulos no se mencionan, acusando alegremente de falta de consistencia, demagogia y sectarismo.

No queremos perder mucho tiempo al respecto, simplemente nos toca recordar que esto es España, un país de caspa y pandereta donde en demasiadas ocasiones pesa más el volumen de voz y la tribuna desde donde se berree que los hechos. Nosotros, siguiendo al viejo Russell, nos quedamos siempre con los hechos. Es sencillo encontrar numerosas publicaciones en inglés que hablan de Intervoice (es decir, del movimiento internacional de escuchadores de voces) y sus propuestas. A los organizadores de este evento les animamos a leer solo una, de carácter divulgativo y publicada en The Lancet, un prestigioso medio que no creemos que sean capaces de desacreditar, y en el que hasta el momento ninguno de ellos ha publicado nada.

Y en cuanto a los libros, lo primero sería decir que no hay ni un solo título crítico con la psiquiatría que pueda considerarse un “best-seller”; pueden ponerse en contacto con sus libreros de confianza para que se lo expliquen. Lo que pasa es que la gran mayoría de los psiquiatras de este país no los lee nadie (y si su nivel a la hora de transmitir ideas por escrito sigue las líneas de este programa, mejor que todo siga como está), y claro, la comparación puede escocer. En cualquier caso, les animamos a impugnar los datos ofrecidos por Peter C. Gøtzsche, autor de un par de títulos que abordan la cuestión de los psicofármacos y que posiblemente sean los más vendidos en este sentido. Realizar una revisión seria del trabajo  del cofundador y director de Cochrane Collaboration (de nuevo “los hechos” entran en escena) sería algo mucho más valioso que soltar bravuconadas veladas al más puro estilo del tertuliano ibérico.

No hace falta que se busquen conspiraciones por ningún lado, la fragilidad epistemológica de la psiquiatría es una propiedad suya. Nosotros nos limitamos a poner el dedo en la llaga, ahondamos en todos los desastres que acarrea, pero en ningún caso nos la sacamos de la manga. Sabemos que a los organizadores de esta jornada les gustaría que se hablara en términos que les acercaran a la ciencia, pero desgraciadamente, de lo que tenemos que hablar es de ética.

Nuestro movimiento (al que se hace referencia de manera tan difusa en ese caótico primer párrafo de la presentación) es rico, diverso, heterogéneo… está en construcción, carece de un único nombre y forma una red internacional que crece poco a poco, mientras que la disciplina de la que estamos es la que realmente se encuentra en una encrucijada: o se renueva, o se convierte a las claras en una fuerza mercantil más.

Un debate digno de tal nombre sobre la cuestión psicofarmacológica en un espacio patrocinado por su propia industria podría comenzar con el siguiente interrogante: ¿cuál es el peso de la propia Janssen en el sistema de atención pública?

Hacemos un llamamiento a todos los profesionales que acudan a responder esta pregunta… Eso despejaría el terreno para plantear otras muchas cosas.

Por ejemplo:

  • ¿Es descabellado que los pacientes pudiéramos conocer todos y cada uno de los patrocinios de nuestros facultativos (desde financiación de sus grupos de investigación o de departamento a billetes de avión, comidas, cuotas de congresos, etc.)?
  • ¿A quién le parece poco razonable que los investigadores se vean obligados a publicar cualquier resultado de sus estudios con psicofármacos, no solo los que obtengan los resultados perseguidos?
  • ¿No resulta coherente en términos estrictamente científicos que la evaluación de los fármacos se establezca mediante estudios clínicos independientes llevados a cabo por profesionales sin contaminar?

Quizás no sea siempre fácil explicar que el conflicto de intereses es violencia sobre las personas diagnosticadas. Vivimos en una sociedad donde la tensión ejercida por las mercancías en nuestras propias vidas ha acabado por convertirse en algo casi natural, cotidiano. Los ojos ya no saben mirar y hay que aprender de nuevo a hacerlo. Los movimientos sociales cumplen precisamente con esa tarea, nos muestran escenarios de vulnerabilidad y nos instan a tomar partido, a no asumir esta arbitrariedad planificada y su injusticia como algo que no puede ni debe cambiarse. Todas estas palabras que hemos escrito pretenden poner de manifiesto que los psicofármacos encierran en sí mismos un enorme conjunto de contradicciones que beben todas del choque primario entre el negocio y la vida humana. Porque llegados a este punto, ¿alguien piensa que de verdad nuestra salud le importa a Janssen?, ¿alguien piensa que tienen la más mínima intención de que nos recuperemos, de que tengamos una vida autónoma y libre?, ¿es compatible la filantropía y el libre mercado?

¿Quieren saber nuestra opinión? Nosotros somos las gallinas de los huevos de oro… y el granjero no tiene intención de que dejemos de generar beneficios o iniciemos una nueva vida más allá de las alambradas. Quizás por eso ahora vayan a por los inyectables…

PD1: Queremos agradecer de corazón a todos aquellos profesionales que resisten contra el acoso de las compañías farmacéuticas y arriesgan en su lucha por una sanidad pública sin injerencias de los mercados; ellas y ellos saben perfectamente quienes son. También queremos agradecer a esos profesionales que tratan de desacreditar a los movimientos sociales que reclaman sus derechos, cada vez que atacan a cualquiera de nosotros, como en este caso con el movimiento de escuchadores de voces, amplifican su discurso y propagan sus propuestas.

PD2: El sr. Cabeza merece  unas palabras especiales como presidente del sarao. La verdad es que no le conocemos personalmente, solo de este vídeo. Desde Primera Vocal queremos comunicarle que nos hemos enterado de que determinados fragmentos del mismo (junto con alguna otra intervención estelar de su compañero de mesa, el doctor Víctor Rivelles) están siendo empleados en una facultad pública española para ilustrar el síndrome del profesional quemado, o burnout, a jóvenes estudiantes. No tenemos más que decir. Fin de la cita, que diría Mariano Rajoy.

 

Fuente:  https://primeravocal.org/el-psicofarmaco-en-la-encrucijada/

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