Gripe porcina, industria farmaceutica, medio ambiente y capitalismo – Gonzalo Moyano

¿Moriremos todos?

“Frente a las enfermedades que genera la miseria,

frente a la tristeza, la angustia
y el infortunio social de los pueblos,
los microbios, como causas de enfermedad,
son unas pobres causas”.
Dr. Ramón Carrillo

El titular de portada del excelente quincenario Barcelona (que funge de humorístico), que se edita en la Ciudad de Buenos Aires, expresaba –en título catástrofe- a la semana de la eclosión de la pandemia: “Morirán Todos…y luego de una enumeración de pestes varias, inseguridad y de recomendar “evitar la paranoia, remataba: “cómo reaccionarán los mercados ante la falta de gente”

En donde estamos parados?
De golpe (pero no es novedad, cada tanto surge o resurge un clima apocalíptico de una epidemia en la que “moriremos todos”) el futuro se tiñe de incertidumbre al punto que se ha usado una figura en la que se nos ve volviendo a la etapa de cazadores y recolectores, luego de la haber estado cómodamente instalados en la era de la previsibilidad: volver a vivir de la caza y de la pesca. La co-incidencia entre pandemia y crisis global no debería pensarse casual, entre otras cosas porque el mercado de los medicamentos compite en el podio de los tres más importantes del mundo, junto con el de armas y el narcotráfico. Más, en plena crisis, el mercado de medicamentos sigue aumentado en EEUU (y seguramente en otros lados), ya antes de la ‘pandemia’ pero más aun luego de su instalación. Se calcula que el mercado de medicamentos mueve 600000 millones de dólares, y que EEUU consume casi el 50%, (en 2008 fueron 291000 millones[1]), Europa el 30% y Japón cerca del 10%.. Vale decir que el resto del mundo define la orientación del mercado de medicamentos en un 10%. Si se toma en cuenta que al interior de cada país del llamado ‘tercer mundo, la inequidad suele ser mayor[2] que en otros lugares (América Latina es el continente más desigual del mundo), se puede asegurar que los más desfavorecidos del mundo no acceden a los medicamentos que necesitan. Si solo fuera eso sería catastrófico; pero la realidad es aun peor.
Esta distribución de recursos hace que la inversión vaya a los problemas de salud que tiene la población que sí consume los medicamentos, por lo cual el diseño de los objetivos investigativos tiene en cuenta en forma primordial (y por mucho) esas necesidades. Esta tendencia no es de ahora sino desde hace décadas. Sin embargo, hace unos 15 o 20 años las cosas se han estado agravando aun más. Por un lado, la Industria Farmacéutica (IF) ha definido que no vale la pena invertir en investigación (de la que hace mucho exagera su costo, además), dado que obtiene mejor rentabilidad si desarrolla fármacos sobre la base de los ya conocidos, a los que le cambia parte de su molécula para presentarlos como novedad, cuando ésta es –en realidad- de escasa o nula relevancia. Por eso desarrolla los llamados medicamentos “me too” (del inglés “yo también, es decir, hago lo mismo que hacía el que vengo a reemplazar). Esta técnica (y la complicidad médica) implica una posibilidad de renovar patentes de medicamentos antes que estos dejen de ser un negocio rentable, y multiplicar las ganancias. Esto explica que la IF invierta mucho más dinero (el 75%) en su departamento de marketing (que incluye los rubros de propaganda, pero también los de coimas a médicos y funcionarios, los de lobbies diversos, etc.) que en el departamento de Investigación y Desarrollo (I+D), al punto que este último representa el 20% de su presupuesto.. Como además el grueso de esa I+D se dirige a los medicamentos “me too” estamos frente a un fenómeno similar al que Libertad (la amiga de Mafalda) refería sobre los diarios, de los cuales decía que inventan la mitad de lo que dicen, y sumado a que no dicen la mitad de lo que pasa, resulta que los diarios no existen. Algunos expertos aseguran que la parte que se dedica a investigación relevante no excede el 5%.
Pero ocurre que la situación es aun más grave.
Hasta hace unos 20 años (algo ya adelantamos) los medicamentos eran también una mercancía, además de un recurso científico para la resolución de problemas de salud. Hoy son fundamentalmente una mercancía y solo son ‘lo otro’ de un modo accesorio. Por ello desde hace tiempo el Staff de la IF está compuesto por especialistas en marketing, que han estado reemplazando a quienes al menos tenían una historia específica sobre medicamentos. Y por ello desde ese tiempo la IF se ha dedicado a otro rubro exitosísimo que es el de la promoción de enfermedades, produciendo lo que se conoce como “mongering diseases, expresión que hemos traducido como “morbotraficantes”. La lista de ellas es interminable, y van desde el síndrome (o trastorno) de déficit de atención con hiperactividad (TDAH o TDHD), problema de salud descripto luego de haberse ‘descubierto’ el metilfenidato o Ritalina[3], hasta síndromes variopintos incluyendo la medicalizació n de emociones y de etapas ‘normales’ de la vida. No es de extrañar entonces que enfermedades como el dengue (que era privativa de zonas tropicales, pero el cambio climático y el modelo sojero –con sus cambios de distribución de la población y su depredación del ecosistema que favorece la extensión y permanencia los mosquitos) y el Mal de Chagas no sean atendidos por la IF , dado que los afectados no tienen capacidad de compra y a los Estados no les interesa la supervivencia de ellos.
Sería para mucho más, pero era necesario esbozar este panorama para ubicar lo que pasa con el Dengue y la Gripe A (que casualmente dejó de llamarse mexicana cuando EEUU casi duplicó el número de casos que su vecino del sur, y dejó de llamarse porcina cuando la gente –paranoica- hizo peligrar la venta de carne de cerdo).
Es el capitalismo, estúpido
La verdadera peste es el capitalismo, que de obvio que es parece necesario rematarlo con una imprecación como lo hacía Clinton en su campaña electoral.
La producción de medicamentos (y toda la medicina) no puede garantizar salud a la población si está pensando en rendir ganancias. La producción de alimentos no puede garantizar alimentar a la población si el objetivo es ganar dinero a toda costa con la organización de su producción. Hace 40 años EEUU criaba cerdos en un millón de granjas, y la cifra total de (esos) animales era de 53 millones. Hoy hay 65 millones criados en 65000 establecimientos, donde están hacinados y se les da de comer alimentos diseñados para su rápido (y caótico) engorde. Todo el ganado es alimentado en feed lots, los pollos se encierran y se los ilumina con luz artificial durante 24 hs. para que no tengan ‘ciclos’ diurnos y engorden de continuo. Se les suministran hormonas y antibióticos que pasan a las personas (es común encontrar niños varones con mamas por alimentase a base de carne de pollo y con soja, que produce el mismo fenómeno: ginecomastia) . Consecuencias de esta locura –precisamente- fue la aparición de la “vaca loca” por ser alimentada con carne y huesos molidos de oveja (mezcla que se comenzó a cocinar a menor temperatura por la crisis del gas), por lo cual una enfermedad privativa de la última pasó a la primera; y luego al humano. La mezcla de animales en condiciones de hacinamiento y de suciedad extrema, la idea de producir quilos de carne y no alimento de calidad, el desprecio por quienes trabajan en esos antros (y las condiciones en las que lo hacen) son un cóctel macabro cuyo resultado debería sorprender por lo escaso y tardío, pero debería quedar claro que esto no comenzó ahora, pero mucho menos termina con esta gripe.
La depredación del campo para la producción de soja –por un lado- y la desertificación producto del monocultivo de eucaliptos para pasta de celulosa –por otro- (para poner solo dos de los grandes disparates actuales) están destruyendo las ventajas comparativas de estas tierras para ‘aprovechar’ la oportunidad de ganancia inmediata. Y si esto produce enfermedades, bien nuevas, bien extensión de las que estaban limitadas geográficamente cuando el ecosistema era sostenible, estará allí la Industria Farmacéutica para aprovechar la rápida ganancia que estos medicamentos produzcan, siempre y cuando alguien lo pague.
El camino es redefinir el mundo que queremos, y es un mundo en el que se trate de que la gente viva en él. Para eso el modelo no puede ser el de la ganancia si es que ella compromete la superviencia –precisamente- de la gente. La producción de alimentos no solo ha extremado una eficiencia ficticia (ya que produce en enormes cantidades pero hay cada vez más hambrientos) sino que su calidad es cada vez más desastrosa medida en función de alimentar humanos, a quienes enferma cada vez más y cada vez de un modo más diverso: ya no solo con aumento de peso, de enfermedades cardiovasculares, hipertensión, diabetes, etc.; sino en destrucción del ecosistema, calentamiento global, estímulo para viejas y nuevas epidemias, contaminación ambiental, malformaciones congénitas (por esa contaminación) y desastres de todo tipo, todo por una producción que –insistimos- es en realidad mucho menos eficiente que la de escala adecuada a la dimensión humana.
La IF no puede estar en manos de quienes solo quieren vender al mayor costo posible medicamentos de valor discutible o pernicioso. El famoso oseltamivir (el Tamiflu robado por Donald Rumsfeld a la medicina tradicional, ya que su base es el anís estrellado patentado por la IF ) perdió buena parte de su efectividad en función de su industrializació n, pero se está convirtiendo en el mejor negocio de los últimos años (y ha hecho elevar los valores de la bolsa de Roche, en plena crisis mundial). En Argentina el tratamiento por cinco días (el mínimo que se acepta que serviría para algo, aunque aun no se sabe bien para qué) cuesta $130 a $150 (diez comprimidos, dos por día). Mientras tanto esta ‘pandemia’ afectado a unas 7000 personas ha costado la vida de 65 personas en todo el mundo (hay que contar con que solo en EEUU cada año mueren 70000 personas por la gripe común) y aquí en Argentina mueren cada semana 10 personas por Chagas y cada hora y media se produce una muerte –por razones evitables, y no de un modo oneroso- de un niño menor de un año. Cada año mueren aquí 21.800 personas por mal uso de medicamentos, muchos de ellos poco menos que inservibles para otra cosa que para que la IF gane dinero.
Dejemos de mirar para otro lado. La enfermedad se llama capitalismo. De esto sí que moriremos todos.
Busquemos la cura

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