COMENTARIO SOBRE LA EFICACIA/EFECTIVAD DE LAS VACUNAS CONTRA LA COVID-19

Luis Carlos Silva

La Habana, 22 de enero de 2022

Hace unos pocos días el colega Amílcar Pérez Riverol (APR), inmunólogo cubano radicado en Brasil,  quien casi a diario hace interesantes contribuciones en torno a la epidemia de COVID-19 a través  de Twitter y Facebook, compartió un ejemplo en respuesta a algunas personas que ponen reparos  a las vacunas existentes. Este texto fue acompañado de un gráfico. Reproduzco ambos a  continuación:

 

 

 

Considero que el ejemplo es expresivo e interesante. Pero no me pareció concluyente por varias  razones:

  1. a) Es un ejemplo aislado y no estoy seguro de que no se puedan hallar otros que lo En general creo que son mucho más elocuentes los análisis donde se comparen las tasas de mortalidad entre vacunados y no vacunados. He visto varios que  muestran diferencias importantes a favor de los primeros (tasas menores). Casi no he  visto, sin embargo, ensayos clínicos controlados como los que se hicieran inicialmente  para estimar eficacia (donde el endpoint no eran los fallecidos sino los contagios).
  2. b) Este ejemplo de Portugal tiene el problema de que la notable disminución de los fallecidos que se observó a principios de 2022 respecto de un año atrás se está produciendo luego de una experiencia de cuantiosos contagios que pudo haber producido una inmunidad  natural, en cuyo caso el efecto no se puede atribuir tan categóricamente a las vacunas.
  3. c) Además, la disminución también podría deberse a que la variante predominante a principios del 2021 haya sido intrínsecamente más agresiva que la que ha venido circulando en los días iniciales de 2022 (delta vs ómicron), algo que parece estarse  comprobando de una manera clara.
  4. d) El gráfico se centra en contrastar el rectángulo azul con el verde. Pero no es cuestión de desdeñar el período intermedio. ¿Por qué el posible efecto de las vacunas no se expresó en el rectángulo rojo que yo he adicionado (véase abajo) al gráfico original de APR?:
 

 

 

Es decir, el espectacular efecto no se manifiesta hasta que no irrumpió ómicron en los  últimos 4 o 5 días.

Hace un par de días concluí un artículo científico (está casi terminado, aunque pueden quedarle  unos pocos detalles) que toca tangencialmente este tema. Pero quiero reproducir un par de  párrafos incluidos en su “consideración final”, donde se resume mi posición global y actual sobre  el tema de los méritos de las vacunas. Dice así:

Puesto ante una tesitura binaria (vacunarse o no contra la COVID-19), en lo personal no tengo  dudas: considero que las vacunas desarrolladas tienen bases racionales y todo indica que son  útiles para mitigar la emergencia sanitaria que ha padecido la humanidad desde principios de  2020. 

Este tema, sin embargo, tiene muchos aspectos polémicos. El grado en que pueden obstaculizar  los contagios, su capacidad para prevenir evoluciones graves o muertes, la duración de aquella  inmunidad que pudieran conferir, la permanencia de su posible capacidad protectora ante nuevas  cepas o variantes, los posibles efectos adversos asociados, la forma en que se ha medido su  efectividad, la opacidad de los contratos firmados entre gobiernos y empresas productoras, son  temas que integran, entre otros, la lista de asuntos que merecen análisis detenido.

 

Mis recelos con las vacunas tienen también una base empírica. No es difícil hallar estadísticas  “contraproducentes”. Por ejemplo, datos oficiales de Islandia (https://www.covid.is/data) arrojan  que la incidencia acumulada en 14 días por 100.000 personas entre vacunados se va separando  cada vez más de las que rige entre no vacunados hasta llegar a ser a día de hoy un 40% más alta  (5.600 vs 4.000):

Datos igualmente oficiales de Cataluña para el lapso 23 de diciembre 2021 – 12 de enero  de 2022 muestran un panorama similar.

Acuaciado por este tipo de informaciones, emprendí un análisis basado en información que ofrece  Our World in Data. Incialmente estudié la asociación entre % de totalmente vacunados y tasas de  mortalidad para aquellos 111 países que contenían estas dos variables dentro de dicha base. El  resultado fue un desconcertante coeficiente de correlación de r=0,14. Es decir, a más vacunación,  mayor mortalidad y en un grado no despreciable.

Cuando se lo comenté al amigo APR, el me sugirió atinadamente que tuviera en cuenta que la  mortalidad global actual estaría condicionada por los niveles muy altos que esta tuvo en épocas de  prevacunación. De modo que rehíce ese análisis ahora de manera mucho más refinada:

  1. Bajé nuevamente la base completa (20 y pico de Mb) de Our World in Data
  2. Calculé las tasas de casos confirmados y de muertes (por millón) que se produjeron entre el 1º de julio de 2021 y el día 19 de enero de 2022
  3. Busqué el % de sujetos que estaban “fully vaccinated” el día 1º de julio
  4. Había 67 países que tenían este último dato registrado. También había 106 que tenían este dato, pero no para el 1º de julio sino para la actualidad.
  5. Hice el análisis con los 67 países mencionados.
  6. También lo hice con los 106, pero atribuyendo más o menos la mitad del % de vacunados que figuraba para hoy para los 39 países que no tenían el dato para el 1º de julio. Si bien esto último puede constituir una estimación algo gruesa, no es descabellada, pues algunos  países que hoy tienen % muy bajos, al poner la mitad seguían siendo extremadamente  bajos. Con los que hoy lo tienen alto, quizás la mitad es muy poco, pero creo que no es  incepropiado, pues para algunos países para los que figuran los dos porcentajes, la cifra de hoy, por ejemplo, 70%, rondaba para el primero de julio el 25% o 30%…)

 

En cualquier caso, el patrón no resultó muy diferente entre una y otra aproximación (con 68 y  con 106 países). Con los 67 puntos, se obtiene lo que sigue para tasa de incidencia (casos) y  tasa de mortalidad (muertos) respectivamente:

Y con los 112, obtuve esto:

NB: Llama la atención el caso de Perú (punto rojo de los dos gráficos de mortalidad). Es lo que los  estadísticos llamamos un “outlier” o valor “aberrante”. Algunos especialistas sugieren eliminar tales  valores de los análisis, debido a que pueden adulterar sustancialmente el patrón. Si se hiciera tal supresión, los resultados, en efecto, cambian (“empeoran”) de manera bastante apreciable, como  se aprecia a continuación para los 66 y 111 pares que se mantienen:

Con 66 pares (datos reales):

Con 111 pares (datos estimados en 38 casos):

Como se ve los coeficientes de correlación aumentan sensiblemente (de r=0,206 a r=0,323 y de  r=0,317 a r=0,434) haciendo así más notable la asociación positiva.

 

El hecho es que, se elimine o no a Perú del análisis, este enfoque mucho más refinado arroja el mismo balance inicial: una relación que dista de ser nimia en la dirección opuesta a la esperada. 

Desde luego, puedo enviar a quien le interese las dos bases usadas para estos gráficos (construida usando la base global, donde figuran datos públicos a los que cualquiera  puede tener acceso). Esto permitiría “auditar” mi trabajo, pero no sé si alguien estaría  dispuesto a realizar esta laboriosa tarea. Basta entrar en Our World in Data y descargar la  base en Excel que allí se ofrece y luego depurarla quitando variables irrelevantes y países  minúsculos. Ojalá alguien quiera entretenerse haciéndolo. De momento, creo que mi  análisis no tiene errores.

Debo decir que estos datos no hacen pensar que las vacunas causen un aumento ni para la  mortalidad ni para la incidencia de casos, Además, algunos análisis de otro tipo (estudios  de cohorte sobre todo, pues ensayos clínicos conozco pocos) sugieren que las vacunas  reducen en buena medida la probabilidad de evolución grave o de muerte. Sin embargo,  en mi opinión, este análisis ecológico arroja una sombra considerable sobre la euforia de  las empresas (y otros órganos) acerca de que las vacunas constituyen “más allá de toda  duda razonable”, el único recurso relevante para resolver la emergencia sanitaria a que  estamos abocados.

Nos guste o no, todas las vacunas, todas, son experimentales. Y lo seguirán siendo por un  buen tiempo, incluso en caso de que la FDA, el CDC y/o la OMS las pasen de la condición  de “autorizadas para uso de emergencia” a la de “plenamente aprobadas”. Y no me  sorprendería que así fuera, porque Pfizer, Moderna y J&J, con su ENORME capacidad de  presión, están desesperados de que ocurra, y sin demora, mientras siguen copando el  mercado por encima de cualquier otra empresa (ninguna fuera de esas, está autorizada  por esos órganos).

Aunque hoy se tienen más conocimientos que nunca antes en materia de inmunología,  virología y medicina clínica, estamos muy lejos de que haya transcurrido el lapso  epidemiológico necesario para responder con rigor todos las preguntas pertinentes y  disipar todas las dudas que despierta la diseminación del SARSCOV-2, parte de los cuales  puse en un recuadro más arriba.

En el contexto de análisis de este tipo, siempre me gusta recordar el comentario de Engels  en su “Dialéctica de la Naturaleza”. Con eso termino: “No nos vanagloriemos demasiado  por nuestras victorias sobre la naturaleza. La naturaleza de venga de cada victoria nuestra  … no dominamos la naturaleza, sino que le pertenecemos

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