El capitalismo es la pandemia: lo viral es político

Un virus capaz de viralizarse. A pesar de que diferentes estudios alertaban sobre una posible pandemia, no hubo una decisión mundial para prevenirla. Un recorrido que cruza la evolución biológica de nuestra vida y los modos de organización y producción de la sociedad

Opinión | Por Matías Blaustein para Pulso Noticias*

La actual pandemia de Coronavirus asociado al síndrome respiratorio agudo grave tipo 2 (SARS-CoV-2) resultó no solo sorpresiva para buena parte de la humanidad, sino que incluso encontró desprevenidos a los sectores políticos, científicos, y sanitarios en todo el planeta. Sin embargo, artículos de investigación recientes ya mencionaban la presencia de grandes reservorios de coronavirus en murciélagos y alertaban que las interacciones entre humanos y murciélagos representaban una “bomba de tiempo”.

Asimismo, ya en 2008, el National Intelligence Council (NIC), la oficina de anticipación geopolítica de la CIA, publicó para la Casa Blanca un informe que anunciaba para antes de 2025 “la aparición de una enfermedad respiratoria humana nueva, altamente transmisible y virulenta para la cual no existen contramedidas adecuadas, y que se podría convertir en una pandemia global (…)”. Además, continuaba “si surgiera una enfermedad pandémica, probablemente ocurriría en un área marcada por una alta densidad de población y una estrecha asociación entre humanos y animales, como muchas áreas del sur de China y del sudeste de Asia, donde no están reguladas las prácticas de cría de animales silvestres lo cual podría permitir que un virus mute y provoque una enfermedad zoonótica potencialmente pandémica”. El propio Bill Gates, en su charla TED del 2015, mencionaba que “puede que surja un virus con el que las personas se sientan lo suficientemente bien, mientras estén infectadas, para subirse a un avión o ir al supermercado… Y eso haría que el virus pudiera extenderse por todo el mundo de manera muy rápida… El Banco Mundial calcula que una epidemia planetaria de ese tipo costaría no menos de tres billones de dólares, con millones y millones de muerte”.

Mucho se ha dicho ya  en relación a  la evolución, selección y progresión del SARS-CoV-2. Han proliferado los debates y las notas acerca de la presunta “guerra” entre la especie humana y el virus, los gráficos sobre la progresión de casos positivos de infección y muertes humanas, las especulaciones en torno a la selección de personas inmunes al mismo, así como las argumentaciones alrededor de las implicancias políticas, sociales, económicas y ambientales asociadas tanto a la génesis de la pandemia como a lo que se avizora como un futuro incierto.

A tal punto ha llegado la sobrecarga de información acerca del virus y sus efectos que bien podría afirmarse que este virus se ha viralizado. Qué obviedad y qué tamaña novedad a la vez: un virus que no solo infecta cuerpos, sino que infecta discursos y pensamientos. El filósofo italiano Franco Berardi, más conocido como Bifo, hace alusión a una pandemia que se nos presenta en forma de “una epidemia psíquica, de un virus lingüístico generado por un biovirus”. Nunca un virus logró tal competencia. Y es que buena parte del debate involucra el concepto de competencia. Pareciera ser que compiten las especies entre sí, compiten los modelos de planeamiento, las lógicas y las racionalidades gubernamentales para enfrentar la pandemia. Compiten las naciones por los recursos materiales para equipar hospitales y por encontrar tests efectivos y vacunas. Compiten las compañías farmacéuticas por encontrar terapias efectivas y rentables contra el virus. Compiten los medios de comunicación por viralizar la información y la desinformación acerca del virus. Compiten las empresas en medio de la crisis por extraer un margen de ganancia a costa de la salud de sus trabajadorxs. Compiten las teorías y modelos sobre el origen del virus y sobre las proyecciones de su infectividad y mortalidad. Compiten las exégesis filosóficas sobre el devenir del planeta alertando acerca de la profundización de los mecanismos capitalistas de control social y represión, tal el caso de Byung-Chul Han, o por el contrario entreviendo la posibilidad del advenimiento de un comunismo reinventado, en palabras de Zizek.

Estuvieron también quienes se preocuparon más por una filosofía de vida de lo inmediato, la del competir por el último rollo de papel higiénico o por el récord de frascos de alcohol en gel adquiridos. Luego están quienes no clasificaron para la competencia, su realidad material en villas o barriadas les impidió desde acceder a la formación o al tiempo para formular teorías filosóficas o modelos explicativos, pasando por el poder adquirir alcohol en gel o hasta lo más elemental, como de disponer de acceso al agua potable o a una vivienda digna donde poder aislarse. Así fue como Ramona, en la villa 31, “perdió” en la competencia por recursos que fue favorable a sectores acaso más “necesitados”, tales como el grupo Techint, Ledesma, la Sociedad Rural o McDonald´s, que sí calificaron para recibir una importante ayuda del Estado. Sea como sea, a la larga se dirá que aquellos países que hubieron de lograr atravesar con menores sobresaltos la crisis habrán sido en definitiva quienes mostraron “mayor competencia” en el tema.

Origen de las especies, selección natural y evolución: ¿competir o compartir?

A la hora de desarrollar su teoría evolutiva sobre el origen de las especies y la selección natural, Charles Darwin se basó en conceptos económicos de Thomas Robert Malthus. Malthus sostenía que la población tiende a crecer en progresión geométrica (es decir, exponencial), mientras que los alimentos sólo aumentan en progresión aritmética (es decir, lineal), por lo que la población se encuentra siempre limitada por los medios de subsistencia. Darwin fue influido por estas ideas para forjar sus hipótesis según las cuales el principio de variación, el de herencia y el de selección determinan que aquellas variantes heredables asociadas a una mayor supervivencia y/o a dejar una mayor descendencia resultan seleccionadas. Pero fue Thomas Henry Huxley, célebremente conocido como el Bulldog de Darwin, quien difundió las ideas del mismo interpretando que la evolución procede a través de una lucha a muerte entre especies al estilo de un circo romano.

Años después, el llamado “darwinismo social” era utilizado para justificar las versiones más extremas de la libre competencia y el individualismo. Las más perversas teorías eugenésicas del nazismo fueron desarrolladas al calor de estos conceptos.  Políticas como las de Trump o Bolsonaro, en las que se deja morir “por selección natural” a quienes menos recursos tienen, son dignas herederas de estos conceptos.

A pesar de estas ideas, el naturalista ácrata Pedro Kropotkin -gran admirador de Darwin- sostenía en El Apoyo Mutuo que las especies pueden evolucionar cooperando entre sí, cosa que Huxley habría sido incapaz de advertir por sus prejuicios victorianos. El prestigioso biólogo evolutivo contemporáneo Stephen Jay Gould retomó a Kropotkin para afirmar que quienes usan la selección natural como justificación para la opresión social no han comprendido a Darwin, y que es probable que el proceso de evolución haya sido, efectivamente, también colaborativo en gran medida.

En este mismo sentido, la bióloga contemporánea Lynn Margulis ha señalado numerosos ejemplos de cómo el mutualismo y la simbiosis entre especies han constituido un fuerte motor en la evolución. En una escala más pequeña, Alberts y co-autores sostienen en el afamado libro Biología Molecular de la Célula que un cuerpo saludable es en definitiva una sociedad celular en donde el altruismo -en oposición a la supervivencia del más apto- es la regla. Cada célula se organiza en asambleas colaborativas o tejidos y se divide, diferencia o muere según sea necesario para el bien del organismo.

SARS-CoV-2

El SARS-CoV-2 fue descubierto y aislado en diciembre de 2019 en Wuhan, China, aunque no necesariamente se haya originado ni transmitido a un humano por primera vez en este lugar. De hecho, se cree que en noviembre ya debía haber infectadxs porque en Francia se encontró retrospectivamente que sus primerxs infectadxs de COVID-19 datan de diciembre.

El genoma del virus está formado por una sola cadena de ácido ribonucleico (ARN), a diferencia del genoma humano, que está formado por una doble cadena de ácido desoxiribonucleico (ADN), utilizándose las moléculas de ARN para otras funciones vitales. Los coronavirus están conformados, como cualquier virus, por una envoltura y una nucleocápside. La glicoproteína S forma las espículas o espigas (spikes) responsables de la adhesión a la célula huésped y le confiere al virus su aparente “corona”. El SARS contiene en sus espigas un dominio de unión para receptores (Receptor Binding Domain o RBD) que dirigen al virus a su receptor celular, la enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE-2).

Los virus son estructuras acelulares, es decir no están compuestos por células como sí lo está cualquier ser vivo conocido, sino que se encuentran en la interfaz entre lo que se considera vida y lo que no: son seres “al límite de la vida”. Los virus, en definitiva, son parásitos intracelulares obligados y, por lo tanto, requieren del huésped para poder asegurar su propia persistencia.

Como es de público conocimiento, el SARS-CoV-2 puede provocar enfermedad respiratoria aguda y neumonía grave en humanos, produciendo la muerte. La mortalidad de este virus está dada por una combinación de factores: su alta tasa de contagio, el relativamente largo periodo de incubación sin síntomas con capacidad de contagio, la alta proporción de personas asintomáticas capaces de contagiar, su relativamente alta tasa de letalidad y su capacidad de colapsar los sistemas de salud, generando un aumento en la mortalidad de la población más allá de la propiamente asociada a la letalidad del virus.

Llamativamente, en sintonía con las hipótesis de Kropotkin, Margulis y Gould, una de las más recientes hipótesis para explicar el origen del SARS-CoV-2 es la existencia de un evento de recombinación genética entre dos virus: un virus de murciélago (similar al BatCoV-RaTG13 de la provincia de Yunnan) con un virus de pangolín, el mamífero más traficado del mundo. Mientras que el genoma del virus de murciélago comparte mayor identidad de secuencia con el SARS-CoV-2 humano (96%), el del pangolín, que comparte un 91% a nivel general, presenta un 100% y un 98% de identidad en las secuencias aminoacídicas correspondientes a las proteínas de envoltura y membrana, respectivamente.

Sin embargo, aún existe controversia respecto del origen del virus, si fue transmitido desde murciélagos o si hubo una especie intermedia como el pangolín. De hecho, para el SARS-CoV-1 y para el virus causante del síndrome respiratorio de oriente medio o MERS-CoV hubo especies intermedias y fueron dos mamíferos diferentes: el camello y la civeta o musang. Lo cierto es que, en cualquiera de los casos, la idea de que la irrupción del SARS-CoV-2 pudo haber tenido un origen artificial, léase a través de una manipulación genética en laboratorio, parece no ser consistente con los datos de secuenciación: el SARS-CoV-2 no se deriva de ninguna estructura de virus previamente utilizada ni se encuentran las “marcas” o “cicatrices” típicas de la manipulación mediante técnicas de laboratorio.

Pedagogía del cuerpo explotado: patrones virales, fuerzas productivas celulares y relaciones moleculares de producción

El modo de producción capitalista y la tecnociencia desarrollada en torno al mismo han concebido históricamente a la naturaleza como un recurso al cual depredar en clave extractivista. Resulta particularmente paradójico, a la vez que pedagógico, detener la mirada en un virus minúsculo que nos utiliza como recurso para propagarse. A tal punto esto es así que, para poder subsistir y reproducirse, depende de la existencia y fuerza de trabajo de células como las de nuestro cuerpo.

Las células pueden reproducirse sin virus, pero los virus no pueden hacerlo sin células. La relación de estos con la naturaleza está mediada, en términos hegelianos, a través del trabajo de la célula. Las proteínas del virus se sintetizan a partir de los ribosomas y los aminoácidos de nuestras células. El ARN del virus se sintetiza a través de los ribonucleótidos y la energía almacenada en las moléculas de ATP de nuestras células.

Con la expansión del número de partículas virales y la alienación del trabajo celular, se llega eventualmente a una tensión entre las “fuerzas productivas” de la propia célula y las “relaciones moleculares de producción” establecidas entre el virus y la célula enajenada. Si la célula se suicida (muerte celular programada o apoptosis) o es aniquilada por el sistema inmune previo a que el virus logre multiplicarse, el virus no logrará propagarse. Si el virus logra salir en grandes volúmenes de la célula, el hecho de que la célula muera o que el propio virus la aniquile no resultará un problema para la expansión del virus. De modo similar, en otra escala, el virus debe lograr transferirse horizontalmente entre seres humanos. Si aniquila el cuerpo antes de poder infectar otro cuerpo, no podrá propagarse. En cambio, si la tasa de transferencia horizontal fuera suficientemente alta, si la mano de obra celular y el ejército de reserva de seres humanos fuera suficiente, no será un problema que la explotación a la que somete el virus a nuestro cuerpo ocasione algunas pérdidas.

El patrón viral, el virus como patrón, no invierte ni aporta en “capital molecular constante”: maneja los medios de producción, sí, pero utiliza los de la célula trabajadora. Es ella quien aporta la energía, el agua, la infraestructura. Las células aportan mano de obra y sus propios medios para beneficio y reproducción del patrón viral. Pareciera que el sistema de producción al que el virus somete a las células no es comparable con el de una fábrica del siglo XIX, sino que es más bien más analogable, vaya paradoja, con las lógicas del tardocapitalismo: precarización de la vida y del trabajo, teletrabajo: explotación a domicilio.

Lxs condenadxs de la tierra

Cuando comenzó el cierre de fronteras y el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) en la Argentina, las tendencias de ese entonces auguraban 30 mil casos positivos de COVID-19 o más para principios de mayo. Que a principios de mayo haya habido poco más de 6 mil casos y alrededor de 300 muertes habla una medida correcta, no de que haya sido exagerada o desacertada la proyección de casos en ausencia de la misma. Basta comparar con el número de casos, para la misma fecha, en otros países del continente en donde no se aplicó, se aplicó parcial o tardíamente, para demostrarlo: Ecuador (29 mil casos), Perú (65 mil casos), Brasil (156 mil casos). Se puede ponderar el número de casos en función de la cantidad total de habitantes por país: la conclusión es la misma. Se puede señalar que la definición de caso y el número de testeos es diferente en cada país: observando el número de muertes Ecuador (1700 muertes), Perú (1800 muertes), Brasil (11 mil muertes), la conclusión es la misma. Que a nivel mundial la tendencia se haya desacelerado a principios de junio y “solo” haya 7 millones de casos y poco más de 400 mil muertes por COVID-19, también se explica en gran parte por este tipo de medidas en varios países del mundo.

Sin embargo, en las noticias, en las tendencias y curvas de casos y muertes que se muestran, se invisibiliza la tragedia de quienes siempre pagan las crisis. Mientras en varias partes del país el número de casos positivos diarios crece relativamente poco, en las villas de CABA, el número de nuevos casos se multiplica de manera acelerada. Y es que la estrategia viral de dominación de células y cuerpos sinergiza con estrategias de dominación que se han viralizado en otros planos o niveles de la realidad: la dominación capitalista y la dominación patriarcal de esos cuerpos dominados.

En el libro Breviario de podredumbreEmil Cioran describe “el ansia de primar”: “(…) Nos codeamos con sátrapas por todas partes: cada uno -según sus medios- se busca una multitud de esclavos o se contenta con uno solo. Nadie se basta a sí mismo: el más modesto encontrará siempre un amigo o una compañera para hacer valer su sueño de autoridad”. Un virus, un parásito obligado, cuya relación de tamaño frente un ser humano es similar a la de una gallina en comparación con el planeta Tierra, aparece como trágica metáfora de aquello que podemos denominar fase superior del parasitismo: una pequeña fracción de la humanidad, que representa solo el 0,02% de la biomasa sobre la Tierra, pero que ha impuesto valores y dispositivos, reglas y modos de producción hasta volverse un parásito total, un parásito de la totalidad.

El capitalismo devenido en pandemia coloniza, domina, usa, aliena, explota, depreda, contamina, violenta y mata: cuerpos, mentes, emociones, territorios, ríos, montañas, lagos y mares, suelo, aire y tierra. Nada en el planeta se encuentra a salvo de la codicia del capitalismo en tanto que viralización del ser parásito, nada escapa a las garras del capitalismo-pandemia. Es un prerrequisito, una condición de posibilidad para una pandemia de estas características, la existencia de un sistema-mundo capitalista, extractivista y colonial: tráfico y consumo de animales, desplazamiento de poblaciones humanas y animales por desmonte, hacinamiento en grandes ciudades, condiciones de pobreza, falta de acceso al agua y a la salud pública, enormes volúmenes de personas en tránsito por razones financieras, comerciales, turísticas, políticas, administrativas. Se requiere de todo este caldo de cultivo “artificial” para que un virus encuentre las condiciones propicias para volverse pandemia. Coronavirus, dengue, zika, chikungunya, hantavirus, incendios, cambio climático, glifosato… No se trata de plagas bíblicas: es el resultado lógico del modo de producción, económico, cultural y depredador que se nos impone.

A la vez, en forma dialéctica, la pandemia vuelve aún peores las condiciones de explotación, precarización y humillación de la clase trabajadora, con un aumento drástico en el número de asesinatos laborales o patronales de modo de asegurar la ganancia de empresarios y poderosos. Sin ir más lejos, ilustrando lo que significa el lucro de la salud, Bayer ha aumentado sus ganancias en un 20% en el primer trimestre del año comparado con el primer trimestre del año anterior. Mientras las grandes corporaciones farmacéuticas intentan imponer sus drogas y se hacen un festín con la pandemia, mientras la Argentina paga 320 millones de dólares al FMI en concepto de intereses, millones de trabajadores en nuestro país y en todo el mundo se quedan sin empleo o ven recortados sus salarios. Es lo que algunos llaman la injusta distribución de la riqueza y que Fontanarrosa, a través de Inodoro Pereyra, denominaba “el generoso reparto de la pobreza”. Las opciones que barajan quienes gobiernan son el aumento o bien en el número de muertes o bien en la cantidad de pobres. Pero en cambio el disminuir la riqueza de quienes más tienen no parece ser una posibilidad.

La pandemia, a su vez, refuerza las situaciones de violencia y los crímenes de odio contra mujeres y disidencias asociadas al aislamiento social obligatorio, se descarga con mayor fuerza aún sobre estos sectores acentuando los privilegios de quienes no realizan tareas de trabajo doméstico o de crianza. La filosofa y feminista Judith Butler explica que “la desigualdad social y económica asegurará que el virus discrimine. El virus por sí solo no discrimina, pero los humanos seguramente lo hacemos, modelados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo. Es probable que en el próximo año seamos testigos de un escenario doloroso en el que algunas criaturas humanas afirmarán su derecho a vivir a expensas de otros, volviendo a inscribir la distinción espuria entre vidas dolorosas e ingratas, es decir, aquellos quienes a toda costa serán protegidos de la muerte y esas vidas que se considera que no vale la pena que sean protegidas de la enfermedad y la muerte”.

En el caso de las poblaciones de villas, barriadas humildes y cárceles, el sinergismo entre pandemia, capitalismo y violencia estatal se convierte lisa y llanamente en una pesadilla cuando las políticas de hacinamiento, falta de acceso a agua, ausencia de elementos de higiene y salud, en definitiva, cuando el confinamiento en guetos se vuelve una opción viable. Son las relaciones sociales de producción asociadas al actual sistema-mundo capitalista, patriarcal, colonial y racista las que determinan, entre otras cosas, que en Chicago un latino o una afroamericana tengan más chances de morir por COVID-19 que un blanco; que en una villa de Buenos Aires no haya agua para poder higienizarse ni se pueda cumplir el “quedate en casa”; o que en cualquier lugar del mundo el ASPO aumente las chances de una mujer de ser violentada o asesinada en su casa.

La organización de lxs de abajo: solidaridad y apoyo mutuo

La crisis sanitaria, social y económica se hace sentir sin dudas, y para que no se siga descargando sobre las espaldas de los sectores humildes y de la clase trabajadora, la única solución posible será tocar los intereses privados, hacer público todo aquello que no deba ser privado, suspender el pago de la deuda, denunciar cualquier tipo de violencia represiva, denunciar las condiciones de precarización laboral y los casos de asesinatos laborales: tender puentes entre quienes realmente necesitamos de los más dignos ejemplos del cuidado y el apoyo mutuos, desplegar los mejores y mayores niveles de solidaridad en y entre sectores de trabajadores.

Hoy por hoy, capitalismo y pandemia nos amenazan de muerte. El capitalismo es la pandemia. Quizás la única alternativa viable a este trágico destino se base en aquello que mejor nos diferencia de los virus: nuestra conciencia y nuestra libertad para decidir y actuar colectiva y solidariamente en lugar de individual y competitivamente. Uno de los mártires de Chicago, George Engel, decía en su discurso antes de ser ejecutado: “Yo no combato individualmente a los capitalistas; combato el sistema que da el privilegio”. El privilegio, que no es otra cosa que lo que aquí se llama “tener coronita”. Se podrá, eventualmente, detener la pandemia combatiendo individualmente al virus corona. Pero, en definitiva, no se podrá destruir lo que simbólicamente significa la corona, sin destruir el privilegio. Era justamente Kropotkin quien decía que la fraternidad humana y la libertad son los únicos correctivos que hay que oponer a las enfermedades del organismo humano que conducen a lo que se llama crimen. En este caso enfermedad y crimen se identifican: un capitalismo que ha devenido pandemia.

Doctor en Ciencias Biológicas e Investigador del CONICET. Docente en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Coordinador del Grupo de Biología de Sistemas y Filosofía del Cáncer.

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