La noche oscura de las vacunas

¿Cuánto sabemos realmente sobre la vacunación universal en nuestro país y el mundo? ¿Es propio de una sociedad democrática el acallar el debate sobre la medida sanitaria obligatoria más difundida entre la población? ¿A qué lineamientos políticos y filosóficos responde nuestro modelo actual de vacunación? ¿Hasta dónde llegan los conflictos de interés entre los estados y laboratorios? ¿Pueden ser pasados por alto como un mero costo colateral, en pos de un supuesto bien mayor? En este tema no alcanzan las respuestas fáciles, las posturas dogmáticas por sí o por no. El diálogo, y no la coerción, es la herramienta que una sociedad madura debe procurar para generar consenso y buscar el bien común. En esta nota no se busca ofrecer respuestas, sino señalar problemáticas e incógnitas que han sido pasadas por alto, y brindar recursos para poder dimensionar la complejidad de uno de los desafíos sanitarios más importantes de nuestra época.

En diciembre del 2018, se sancionó en nuestro país una nueva ley de vacunas, que fue aprobada por unanimidad en ambas cámaras. Hubo sobre este tema una ausencia absoluta de debate dentro y fuera del congreso, así como completa falta de consulta a técnicos y de difusión mediática. Nuestros legisladores, en otras instancias muy reñidos, arribaron a un completo e inmediato acuerdo como por arte de telepatía.
Esto no ocurrió porque el beneficio de la vacunación universal y obligatoria sea un hecho obvio, que no necesite de discusión alguna (noción que aquí se pretende revisar). Más bien se debió a que la vacunación constituye uno de los máximos tabúes sanitarios que operan sobre nuestra sociedad. El sólo proponer someterla a debate implica exponerse a la condena social, mediática, y posiblemente legal. Esto no pasa ni siquiera con la interrupción del embarazo, otro polémico tema de salud pública que sí es abierta y masivamente discutido. Y mediante esta censura implícita, se genera una falsa imagen de consenso universal sobre un tema que de hecho es muy controvertido.

En efecto, tanto a nivel local como en todo el globo, proliferan en nuestros días publicaciones que llaman la atención sobre un peligrosísimo movimiento antivacunas, retratado como un frente completamente uniforme, que se organiza a nivel mundial para enarbolar contra la ciencia médica el estandarte de la terquedad, y que pone en jaque la continuidad de la especie humana sobre el planeta. Se insta a gobiernos de todo el mundo a que tomen cartas en el control de esta amenaza, que incluso ha captado la atención de la OMS. Y es de hecho completamente cierto que existen sectores de la sociedad que se oponen a la vacunación de un modo tajante, con base en el temor y no en la información fundada, rechazando la evidencia incluso histórica sobre el rol crucial que la inmunización universal tuvo en el control de enfermedades graves como la polio, habiendo llegado incluso a erradicar la viruela. Pero, ¿Por qué lo hacen? ¿Qué condiciones han generado el surgimiento de esta masa, que se enfrenta de manera absolutista a la aplicación de una de las medidas sanitarias de mayor arraigo en nuestra cultura? ¿Acaso no existen también quienes sensatamente cuestionan aspectos verdaderamente dudosos de la vacunación?.

En un diálogo entre sordos, basado en la intolerancia, se vuelve imposible lograr el mutuo entendimiento, y menos aún el consenso que demanda la aplicación de una medida terapéutica que pretende ser universal.
En los siguientes apartados se exponen varios aspectos vinculados al fenómeno de la vacunación. Se ofrecerá aquí la mínima cantidad necesaria de publicaciones científicas (algunas en idioma inglés), porque antes que un debate biomédico, el presente es un debate político. Tampoco la intención es en forma alguna brindar respuestas acabadas, sino más bien abrir nuevas perspectivas e incógnitas que estimulen el diálogo y la reflexión sobre un fenómeno complejo, que ha sido tristemente reducido a dos enfoques igualmente dogmáticos en su posición por sí o por no.

No existen las Vacunas
Hablar de vacunas o vacunación como un todo homogéneo es el primer equívoco a desterrar. Cada vacuna, como cada antibiótico o cada procedimiento quirúrgico, tiene entidad propia. Cada una tiene sus indicaciones precisas, su propio fundamento inmunológico y epidemiológico. Generalizar aquí entraña tanto un burdo sinsentido, como un gran peligro.
No todas las vacunas tienen la misma trayectoria histórica. Algunas son utilizadas desde hace muchas décadas, habiendo con esto demostrado tanto su efectividad, como su relativa inocuidad en las poblaciones expuestas, y otras son completamente novedosas y aún deben probar su valía.
No todas las vacunas previenen contra enfermedades igualmente graves. Entre los extremos de la antitetánica y la antivaricelosa, existe un abanico amplio de vacunas contra patógenos muy variopintos, todas ellas obligatorias.
Estos son ejemplos simples que ilustran lo injusto de no establecer diferencias entre estos fármacos. “Las” vacunas, no existen.

En un Extremo
Hay que remarcar también desde el comienzo, que la Argentina está situada a nivel mundial en un extremo muy particular. En un contexto de vaciamiento de la salud pública que llegó al punto de haber desaparecido el ministerio nacional a cargo, de recorte a obras sociales como PAMI o programas como Remediar, de desmantelamiento de casas de curación emblemáticas como el Hospital Posadas, aún hay algo que se mantiene: somos uno de los países con calendario de vacunación más completo del globo, es decir, con mayor cantidad de vacunas obligatorias. Todas son provistas por el estado.
De hecho, las vacunas obligatorias cada vez son más. En los últimos 15 años, casi han llegado a triplicarse en el calendario argentino. En el 2017, por ejemplo, se sumaron la antimeningocócica y la polémica vacuna contra el HPV para ambos sexos. Sus precios están entre los $3.000 y $5.000 por dosis, gasto que para el estado parece completamente innegociable, a diferencia verbigracia de las pensiones a discapacitados o la provisión de medicamentos esenciales a pacientes crónicos.
Resultaría un tanto presuntuoso el asumir que casi todos los otros países del mundo viven en el atraso sanitario, o que la salud pública de países como Bélgica o Grecia tenga demasiado que envidiarle a la nuestra, a pesar de que tienen sólo una y cuatro vacunas obligatorias respectivamente, contra nuestras veintidós. Tampoco es muy claro en qué punto se decidió que era sensato priorizar el tener una gran cantidad de vacunas provistas por el estado, por sobre otras medidas como la cobertura gratuita de medicamentos esenciales.

Conejillos de Indias
Uno de los puntos potencialmente más nocivos de la nueva ley, es aquel en que se declara de interés público no sólo la vacunación universal y su promoción, sino también la investigación en esta área.
La investigación en vacunas, desde sus comienzos en el siglo XVIII y hasta nuestros días, se ha realizado prácticamente siempre en las personas de los sectores más vulnerables de la sociedad: niñas y niños pobres, pacientes psiquiátricos, o personas privadas de su libertad. En efecto, Edward Jenner, en 1796, creó la primera vacuna inoculando a un niño de 8 años con un preparado hecho a partir de pus. El mismo fue extraído de una lesión en la mano de una mujer, quien había previamente contraído viruela desde una vaca al ordeñarla (de ahí el nombre). Y los románticos métodos de este pionero, tan dispuesto a arriesgar la salud ajena en aras del progreso, son una tradición que la ciencia médica no pretende variar.
Sobran en el mundo alarmantes muestras de cómo esta lógica aún opera, pero incluso a nivel local pueden citarse ejemplos como el que a continuación se ofrece. Entre los años 2004 y 2012, el laboratorio Glaxo llevó adelante ensayos para obtener una vacuna contra el neumococo (una bacteria que puede causar infecciones respiratorias severas) en nuestro país. En 2004, se desmanteló en la provincia de Córdoba un centro médico vinculado a la investigación, donde por ejemplo se registraron consentimientos informados firmados por analfabetos, premios en dólares por parte del laboratorio a los médicos por cada bebé que incorporasen al protocolo, y amenazas a las madres que querían retirar a sus hijos del mismo. El laboratorio entonces trasladó el estudio a otras provincias más pobres, como Santiago del Estero, en busca de familias en un estado mayor de desamparo. El resultado fue la muerte de 14 bebés participantes. Las consecuencias fueron la insignificante pena de una multa de un millón de pesos para el laboratorio, una escasa repercusión mediática y social del caso en general, y la pronta acción de funcionarios afines a la empresa para silenciar el asunto.

Entre 2007 y 2008, 14 bebés de familias pobres murieron en Argentina tras participar en el ensayo de una vacuna antineumocócica.

Otro caso que ha caído en el olvido fue el bochornoso incidente de Azul, donde se probó en ganado bovino una vacuna antirrábica con un virus vivo genéticamente modificado, sin dar aviso no solamente a los trabajadores que entraban en contacto con los animales, sino tampoco a ningún ente estatal. Estas temerarias acciones fueron llevadas a cabo por investigadores estadounidenses que encontraron imposible en sus tierras la aprobación del protocolo que aquí aplicaron. La rabia bobina no constituía un problema importante en la Argentina y los potenciales beneficios de esta investigación eran nulos para nuestro país, que fue elegido solamente por su flexibilidad institucional.
Estos hechos aberrantes violan incluso los tratados más elementales en materia bioética, como el Código de Núremberg, que se firmó en el año 1947 para que la experimentación en humanos no volviera a darse nunca en las macabras condiciones que se registraron durante el período del Tercer Reich en Alemania, pero al parecer eso no impide que encuentren lugar en nuestro país. De hecho y para agravar las cosas, en el año 2017 el gobierno nacional flexibilizó las condiciones de aprobación de los ensayos clínicos para testear fármacos en seres humanos (incluidas desde ya las vacunas) requeridas por el organismo a cargo (ANMAT), con lo cual episodios de esta espantosa naturaleza tienen el camino allanado para repetirse.

Soberanía Sanitaria y Principio de Autonomía
La investigación para el desarrollo de una vacuna es una instancia que entraña riesgos importantes en las poblaciones en que será probada, pero no es el único momento en que la medida puede ser perjudicial. Veamos un nuevo ejemplo.
En el año 2014, la Asociación de Médicos Católicos de Kenia puso de manifiesto una irregularidad muy alarmante, que ocurrió durante una campaña de vacunación antitetánica masiva. En el análisis de las muestras de las vacunas, una de cada tres evidenció contener una proteína llamada HCG, gonadotrofina coriónica humana, que es una hormona que produce el cuerpo de las mujeres embarazadas para mantener la gestación. La inoculación junto con el toxoide tetánico y los coadyuvantes que hacen a la fórmula de la vacuna, tiene la propiedad de hacer que el organismo genere una respuesta autoinmune contra la HCG, lo que deviene en infertilidad y hasta esterilidad en la mujer que recibió la vacuna.

Las poblaciones y los países carecen de soberanía sanitaria, pues la producción y financiamiento de los medicamentos y vacunas no está en manos de los estados, sino de privados que responden a intereses propios.

Esta campaña de esterilización involuntaria masiva con miras claramente eugenésicas, pone de manifiesto que las poblaciones y los países carecen de soberanía sanitaria, pues la producción y financiamiento de los medicamentos y vacunas no está en manos de los estados, sino de privados que responden a intereses propios, con peligrosas consecuencias.
Este ejemplo, también nos permite apreciar hasta qué extremo los pacientes pueden no ser informados debidamente ni respetados en sus decisiones, en violación de uno de los principios esenciales de la bioética llamado principio de autonomía. El principio de autonomía se opone al paradigma tradicional del paternalismo médico, en que los profesionales y las instituciones de salud se toman la atribución de obrar libremente sobre el cuerpo del paciente, que es considerado como un burdo profano que no sabe lo que es mejor para sí mismo, ni es capaz de entenderlo aunque se le explique. En efecto, en vacunación no existen los consentimientos informados y, de hecho, no es siquiera el médico quien aplica la vacuna en la enorme mayoría de los casos, sino que mecánica e inopinadamente los pacientes desfilan por los vacunatorios, donde son inoculados por el personal de enfermería sin abundancia de explicaciones previas. En la provincia de Córdoba se celebra incluso un festival anual, “la noche de las vacunas”, donde los niños y niñas son inmunizados masivamente sin contemplación por sus particulares contextos clínicos y epidemiológicos individuales, a la vez que se ofrecen juegos y entretenimientos para adoctrinarles en el acatamiento y la promoción de la vacunación compulsiva.

En la provincia de Córdoba se celebra un festival anual, “la noche de las vacunas”, donde los niños y niñas son inmunizados masivamente sin contemplación por sus particulares contextos clínicos y epidemiológicos individuales.

Sin considerar los pasmosos avances epistemológicos y sociales de los últimos 70 años, y a pesar de los aportes de los paradigmas críticos en salud, el positivismo continúa operando en la lógica médica imperante. E incluso ha cobrado nuevo vigor con el auge de la medicina basada en la evidencia, un maquillado retorno al liso y llano empirismo, que busca desplazar la investigación en ciencias básicas y barrer con cualquier atisbo de humanismo médico, para reemplazar todo ello por la estadística y la casuística como brújulas para la toma de decisiones clínicas y epidemiológicas.
Estos fenómenos forman el caldo de cultivo para que la resistencia de las poblaciones a la medicina hegemónica prospere, puesto que sus dudas y objeciones no son evacuadas ni contempladas, sino por el contrario son negadas (cuando no respondidas mediante la burla), y la posibilidad de enriquecer a la ciencia médica y la práctica clínica mediante aportes y sugerencias que procedan de los pacientes o de otras áreas del conocimiento humano parece irrisoria.

Verdades en Disputa
Pero aún desde la propia lógica biomédica, varias vacunas son de beneficio muy discutible. Un ejemplo es Gardasil®, la vacuna contra el HPV que actualmente se dispensa a niñas y niños a los 11 años de edad en nuestro país. Esta vacuna busca proteger contra algunas cepas oncogénicas del virus en cuestión (16 y 18), responsables de la mayoría de los casos de cáncer de cuello uterino. No obstante, ya existe una medida preventiva útil contra esa enfermedad, como es la prueba de Papanicolaou (Pap). Si se respeta la periodicidad anual, la prueba permite detectar formas tempranas del tumor para erradicarlo antes de que sea maligno.
Por otra parte, Gardasil® ha demostrado producir anticuerpos contra las mencionadas cepas, pero es poco claro que esto prevenga algo fuera de las condiciones controladas de un laboratorio. Entre otros factores, debe considerarse que el HPV es un virus estrictamente epitelial, esto es, infecta tejidos que por definición nunca entran en contacto directo con la sangre, que es por donde los anticuerpos circulan. En efecto, es de conocimiento general que las pruebas sanguíneas no son utilizadas para diagnosticar la infección por HPV, ya que en muchos casos no se generan anticuerpos específicos contra el virus aún en personas infectadas, todo en virtud de esta particularidad de su mecanismo fisiopatológico.
Si bien resta mucho tiempo hasta que podamos constatar que, a pesar de lo contraintuitivo de su mecanismo de acción, esta vacuna logra reducir los casos de cáncer de cuello uterino en las poblaciones que la han recibido, sus efectos adversos y elevado costo económico ya son una realidad tangible.
El debate científico sobre esta vacuna está particularmente entorpecido por gigantescos conflictos de interés que han afectado incluso a las bibliotecas médicas más prestigiosas del mundo, y que han puesto de manifiesto las limitaciones de la medicina basada en la evidencia, cuando se la enmarca en una economía de mercado.

El debate científico sobre la vacuna para el HPV está entorpecido por gigantescos conflictos de interés que han afectado a las bibliotecas médicas más prestigiosas del mundo.

Otro polémico caso es el de las vacunas antigripales. Dada la gran mutabilidad del virus influenza, año tras año deben elaborarse vacunas nuevas contra la cepa de turno. Esto se hace por inferencia, tomando la cepa que ataca durante el invierno al hemisferio norte y elaborando vacunas contra ella para proteger al hemisferio sur en su invierno próximo, esperando que sea la misma. Como este mecanismo es poco fiable, la predictibilidad de la vacuna es de un 50%.
Pero este no es el único factor implicado en su escasa efectividad. Por ejemplo, existe un fenómeno bien conocido que recibe el pintoresco nombre de pecado original antigénico. Su consecuencia es que el sistema inmune tiende a utilizar siempre la misma vía de respuesta ante patógenos ligeramente diferentes. El paciente inmunizado contra una cepa que no sea la que va a atacarlo, tenderá a responder a la infección con las defensas que ya había preparado cuando se lo vacunó, en lugar de generar nuevas más específicas, lo que reduce la efectividad de su respuesta.

Incluso argumentos pilares en la defensa de la vacunación universal y obligatoria son al menos en parte debatibles, como el caso del llamado efecto rebaño, por el cual los no vacunados pondrían en riesgo la salud de la población toda y no únicamente la propia.
En primera instancia, esto es sólo cierto para patógenos que tienen al humano por único reservorio y que se contagian de persona a persona. Por caso, la bacteria que causa el tétanos vive en suelos y otros lugares, con lo cual quienes no están vacunados no incrementan en nada la posibilidad ajena de contraer la enfermedad.
Pero incluso para casos como el sarampión, que cumplen con el requisito antes expuesto, la inmunidad de rebaño resulta discutible. El enfoque reduccionista y unicausal donde la proporción de vacunados y no vacunados determina la aparición de un brote de enfermedad en una población, ha resultado totalmente insuficiente para predecir brotes y en general fracasa en explicarlos. Esto es, porque hay individuos vacunados pero susceptibles (de contraer la enfermedad), no vacunados pero no susceptibles, factores ambientales de toda índole que pueden jugar un rol jerárquico en determinada población y no en otra, etc.

También la edad en que las personas reciben las vacunas parece haber motivado poca reflexión. Por caso, la primera dosis de vacuna contra el virus hepatitis B la recibe el recién nacido entre los primeros actos de atención neonatológica; es inyectado la mayoría de las veces antes de haber sido siquiera abrazado por su madre. Pero ¿qué sentido tiene esto? El recién nacido es un inmunodeprimido, se encuentra en una situación fisiológica muy vulnerable, y el grueso de su inmunidad es pasiva y depende de anticuerpos aportados a través de la placenta y la leche materna. La vacuna demorará en el mejor de los casos varios meses en generar una respuesta humoral útil para evitar una infección por el virus hepatitis B. Para sorpresa de nadie, la OMS recurre a la casuística para justificar esta indicación, excusándose en el hecho de que los mecanismos humorales e inmunológicos implicados en la transmisión vertical del virus son complejos y poco claros.

Finalmente, cabe recordar que la medicina es una ciencia hecha por humanos, y así, sus verdades son siempre provisionales. Es ejemplar el caso de la vacuna Sabín contra la polio, que muy recientemente ha sido parcialmente reemplazada en nuestro calendario por otra llamada Salk, dado que los virus atenuados que la componen demostraron capacidad de reactivarse y causar enfermedad grave, y el riesgo para la población vacunada se había vuelto mucho mayor que el beneficio obtenido.

Una Época Interesante
El ideal de progreso que impulsó al pensamiento occidental desde la modernidad, se tradujo en medicina en una guerra sin cuartel contra los agentes infecciosos, anclada en el sueño de una vida aséptica y libre de enfermedad. Esta cruzada fue cuestionada ya en su albor por algunas de las mentes más brillantes e influyentes de la historia de la medicina, como la de Rudolf Virchow, porque en su reduccionismo omite los causales sociales de la enfermedad.
Actualmente vemos que otra de las carencias de este enfoque (que aún se sostiene) es la de considerar a los microorganismos como entes mucho menos dinámicos de lo que realmente son, y a nuestra relación con ellos de modo lineal y no recíproco. Pero nuestra presión sobre los virus, bacterias y parásitos, inevitablemente direcciona su evolución hacia formas que encuentran el modo de franquear las barreras farmacológicas que hemos interpuesto entre ellos y nosotros. Lo que es más, nuestra vida y evolución depende enormemente de nuestra relación con estos seres, que habitan toda nuestra superficie y nuestro interior, son capaces de alterar el ADN de nuestras células y la expresión de nuestros genes, modulan a nuestro sistema inmune y hasta modifican nuestro comportamiento; todo esto en maneras que apenas alcanzamos a comprender y que tienen un alcance inimaginable, pero que nuestro prejuicio y soberbia nos llevan a buscar evitar de plano.

La vacunación universal ha logrado proezas notables a lo largo de la historia y es una medida que no puede ser desestimada de manera tajante. No obstante, el manto de duda que sobre ella sostienen crecientes sectores de la población no es injustificado. La vacunación no se aplica en condiciones ideales sino en contextos concretos sociales, culturales y económicos, que deben ser tenidos en cuenta. La crisis actual del paradigma biomédico responde a múltiples factores, como sus elevados costos, los efectos adversos y la invasividad de sus métodos diagnósticos y terapéuticos, la soberbia de los profesionales frente a los pacientes y de las instituciones sanitarias ante la población, los conflictos de interés entre los laboratorios y las entidades estatales. A estos debe sumarse el uso policíaco que el estado ha encontrado en la medicina desde hace ya siglos, por antonomasia en el campo de la salud mental pero también extendido a áreas como la obstetricia y la pediatría, donde las medidas sanitarias son aplicadas con independencia o a pesar de la voluntad del o de la paciente, desde una óptica normalizadora. Se ejerce la coacción para que los ciudadanos recurran a los médicos y acaten sus prescripciones o cedan a que se apliquen en sus hijos.
Queda en claro que el fenómeno de la vacunación compulsiva, sin consentimiento informado, ejecutada desde la amenaza con medidas punitivas, sin ninguna contemplación por la individualidad de cada paciente; lejos está de ser una excepción sino que se enmarca en la lógica paternalista y positivista del modelo biomédico tradicional, que aún impera.

La vida y su evolución dependen enormemente de las relaciones que tenemos con los microorganismos que habitan nuestro entorno, toda nuestra superficie y nuestro interior.

Una antigua maldición china sentencia: ojalá vivas en épocas interesantes. El actual y muy interesante tiempo que nos toca, está marcado por crisis epistemológicas, culturales y económicas que afectan a las más variadas esferas de nuestra vida social, incluida la salud pública. En semejante contexto es mandatorio generar instancias de información y de diálogo entre la población general y las instituciones sanitarias, y tener la apertura y seriedad que demandan discusiones que ponen en tela de juicio al paradigma hasta ahora imperante, en reivindicación de la autonomía de las personas para decidir sobre sus cuerpos, y de los pueblos para determinar su propio ideal de salud y los medios para alcanzarlo.

 

FUENTE: https://redambientalcba.net/index.php/novedades/vida-saludable/48-la-noche-oscura-de-las-vacunas.html

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