MANUEL DESVIAT: COHABITAR LA DIFERENCIA: DE LA REFORMA PSIQUIÁTRICA A LA SALUD MENTAL COLECTIVA. Editorial Grupo 5. Madrid 2016. 318 pp.

Reseña de Francisco Pereña. 
“Este libro parte de la presunción del agotamiento de la reforma psiquiátrica y de la integración de sus logros en la sociedad de los mercados, donde predominan una sanidad y unas prestaciones sociales regidas por la ganancia privada y no por la solidaridad. Parte de la necesidad, por tanto, de una reforma de la reforma psiquiátrica…”.

Así comienza este último libro de Manuel Desviat. Desviat es una larga referencia, tenaz y eficaz, de la reforma psiquiátrica en España desde sus comienzos a finales de los 70. Esto significa varias cosas. En primer lugar que sus comienzos en la profesión psiquiátrica están marcados por esta lucha política y clínica, sin titubeos, por recuperar al sujeto de la “enfermedad mental” y lo que esto supone de cambio de paradigma en la propia concepción de la práctica psiquiátrica. En toda la actividad de M. Desviat la asistencia psiquiátrica, la política y la clínica se imbrican de manara natural, como si esa misma imbricación le hubiera permitido una nítida posición crítica, que por mucha actividad institucional que haya tenido a lo largo de su vida profesional, nunca esa actividad ha podido socavar una posición crítica que tiene sus inicios en el marco de la lucha contra la dictadura franquista y que prosigue contra los diversos intentos, y no sólo intento, sino verdaderos destrozos de la sanidad pública por parte sobre todo del PP.


Ahora M. Desviat ha concluido su trabajo institucional en la sanidad pública, pero no ha disminuido su actividad ya más orientada a la formación de nuevas generaciones que se inician en este difícil y confuso oficio. Ofrece a estos profesionales “psi” que están en la brecha, una historia y unas preguntas que jamás pueden descansar en sus conquistas. Como nos dice al comienzo del libro, los logros de la reforma psiquiátrica han sido integrados en la “sociedad de los mercados”, al ritmo de los avatares del proceso de sobreacumulación capitalista, que nada deja fuera de la forma mercancía total.
Lo primero que quiero destacar de este libro es su valor histórico y formativo. La información que ofrece y sus análisis es de tal envergadura que creo que ningún profesional “psi” puede permitirse el lujo de desconocer la intensa y clarificadora información, crítica e histórica, que este libro porta. El libro recorre la trama de los éxitos y fracasos y, sobre todo, de las contradicciones internas que vertebran la historia de la psiquiatría hasta hoy mismo, inherentes, por tanto, al oficio, a un oficio que vincula un saber extraordinariamente confuso, reducido a simple ideología, con un poder excesivo. Bien sabe Desviat que esa paradoja forma parte de nuestra práctica. Se trata de un poder atribuido a un supuesto saber acerca del enigma del dolor y del sufrimiento psíquico, y creérselo sin más es caer en la impostura de quien en nombre de lo científico sólo hace de hechicero de la tribu.
Desviat fue promotor y director de la colección Clásicos de la psiquiatría, que comenzó en la editorial Nieva y luego en DOR. Con frecuencia, y en este libro de manera ordenada, alude a los inicios de la psiquiatría con Pinel y Esquirol en la estela del optimismo de la Ilustración. Pinel instituye la nueva disciplina conforme al criterio del “tratamiento moral”, lo que implica que el loco no sólo es curable, sino ante todo un sujeto de la pasiones, conforme a la expresión cartesiana, capaz de tomar decisiones sobre su vida y, en ese mismo contexto, susceptible de ser, digamos, “reformado” y, por último, integrado en una sociedad que adquiere su valor moral en el tomar al loco como miembro de una sociedad de ciudadanos. En la época de Pinel el término “ciudadano” significaba libertad y dignidad. No era el esperpento posterior, la marioneta en la que lo convirtió el Estado mercantil capitalista. El profesional, el psiquíatra, tenía esa misma significación, en la que se podían aunar una posición moral y una posición política.
Pero, a la vez, el propio desarrollo y expansión del capitalismo que había librado al loco de las cadenas de la inquisición religiosa, llevaba a establecer un nuevo orden en la explicación de la locura: la naturaleza. El hecho natural, la causa natural, era la nueva “superstición” para explicar la locura. En el recorrido que el libro hace desde Bayle a Kraepelin se ve cómo se va instaurando la nueva causa orgánica de la locura como base de esta nueva profesión médica de la psiquiatría. La dimensión política va progresivamente desapareciendo a medida de la mayor extensión y consolidación del sistema capitalista. Del moralista e higienista Pinel al médico hay una distancia que el “degeneracionismo” o la lesión cerebral quieren saldar desconociendo el primer componente del binomio. Pero nunca se pudo conseguir de manera definitiva. El propio Falret o el mismo Kraepelin, como tantos otros, tendrán que terminar reconociendo que el “enfermo mental” no es del todo coincidente con el enfermo orgánico, que en el seno del “trastorno mental” está en juego el sujeto.
Esta es una contradicción interna de la psiquiatría que atraviesa toda su historia. El predominio de la llamada psiquiatría biológica bajo el amparo y la promoción de la industria farmacéutica será el modo con el que la forma mercancía total domine el campo “psi” desde el punto de vista médico. La causa natural es el correlato de la ley natural de los mercados, forma parte del mismo campo ideológico.
En el ámbito más específicamente psicológico, ese dominio del sistema capitalista de producción y de relación social se mostraría como conductismo. El individuo nace como la famosa hoja en blanco de Locke, y será el condicionamiento de la conducta lo que irá fraguando un yo comportamental susceptible de reeducación y de normalización.
En ambos casos será la clínica del sujeto, no coincidente con el ciudadano, la perjudicada. El biologicismo y el conductismo, que parecen tan dispares, vienen a coincidir en excluir al sujeto, sea por el anonimato de la neurona o del neurotransmisor, o por el anonimato del reflejo condicionado.
En este libro Desviat, cuando habla de la “reforma de la reforma psiquiátrica” se está refiriendo a mantener la incorporación del loco a la sociedad, no como una simple domesticación reflexológica, sino en su particular diferencia de sujeto. Para Desviat una clínica del sujeto se hace así consubstancial con una posición política para la que el objetivo no es la domesticación del loco sino la recuperación franca de su condición de sujeto. El loco ya no es un mero “paciente” en manos de un supuesto experto, sino que es un sujeto con el que se elabora y con el que, por tanto, se aprende. No hay saber psiquiátrico por fuera de esa elaboración conjunta. No hay ningún Ideal de salud. Y si el psiquiatra o el “psi”, en genera, no aprenden del loco, si lo que pretende es simplemente ocupar el lugar del experto, entonces únicamente la impostura podrá alejarle de la angustia.
En el capítulo 4 del libro se habla con detalle de los riesgos del diagnóstico en salud mental. Ya no sólo por lo que tiene de estigma, sino por lo que supone de ignorancia respecto de un saber que se oculta en la subjetividad del paciente. De ahí que el capítulo acabe con un sucinto y esclarecedor análisis de la interesante experiencia lapona del Diálogo Abierto que ahonda, siguiendo los pasos del lingüista ruso Bajtin, en su confrontación dialógica entre el loco y todos aquellos que conforman su entorno.
Sin embargo, el capítulo 5 está dedicado a “la necesidad de una psicopatología”. Parece una contradicción y no deja de serlo del todo. Pero el asunto es complejo. ¿No hablamos todos de psicosis, de neurosis o de los trastornos del límite en sus diversas configuraciones psicopatológicas? ¿Podríamos abordar nuestra escucha sin esa mínima orientación? La cuestión sería tomar esos modos con la perspectiva de alcanzar la posición subjetiva y como guías para iniciar un camino común, que exige a su vez, y conforme a la propuesta de Wittgenstein, que esa escalera con la que accedemos o nos acercamos al sujeto del “trastorno”, sea arrojada fuera a la hora del encuentro terapéutico. En ese instante lo que se da es el encuentro mismo y de eso no sabemos nada antes de que se produzca.
La clínica, por tanto, debería abandonar todo tipo de causalismo, la maldita “pulsión de la causa”, a la que se refería Nietzsche, ese empuje a engañarnos con el saber substantivo para aliviarnos de nuestra precariedad y en el que se asienta el abuso diagnóstico, se trate de un causalismo o de otro, ya sea la biogénesis o la psicogénesis. Como decían los griegos, sea, por ejemplo, Homero, Sófocles o Epicuro, lo divino es el enigma, no la invención de un dios como explicación por ser la causa del mismo. Trasladar la angustia en la que se sostiene la subjetividad a una etiología que aleja dicha angustia de nuestra impostada posición de expertos, es condenarnos por entero a la impostura. Si el loco no nos interpela, como le sucedió a Odiseo con Áyax, si lo tomamos por fuera de su condición de sujeto y lo reducimos a un neurotransmisor o a una reeducación pavloviana, habremos desaprovechado la oportunidad de afrontar aquello que nos separa de toda normalidad y por lo que aún podemos pensar y respirar. La incertidumbre es la clave del respeto y la consideración del otro, es la clave de nuestro propio enigma, un sujeto que piensa a otro sujeto. Por el contrario, el “causalismo” conduce a tomarse uno mismo por experto que controla y dictamina una causa, que por un lado hace al sujeto inocente, es decir, lo aniquila, y, por otro, la misma sociedad queda salvaguardada de todo cuestionamiento en el anonimato de una causa que a nadie interpela. Nadie, pues, se dará por aludido. Si se pretende saber de la causa, se ha descartar al sujeto que queda reducido a efecto “anónimo” de una causa ( o ley) general.
Eso conlleva tanto una posición política como clínica. Es un espacio en el que la política y la ética aún tienen alguna oportunidad de relacionarse. Si el psiquíatra no pone en entredicho el poder que se le asigna como dueño del sufrimiento psíquico, la impostura le obligará a figurar como poseedor de un falso-saber en el que la ideología es una manera de sometimiento a un sistema que le ha dado la función de policía “científico” , y así recuperar su vieja asignación al Ministerio del Interior, pues toma a su cuidado a aquel que carece de todo lugar posible en un sistema de producción capitalista que ha de asignar a cada actividad social su peculiar asignación mercantil.
Si la sociedad nos atribuye un saber para una práctica finalmente mercantil, nuestra práctica se ha de orientar por la resistencia a dicha atribución. No en vano Desviat alude a uno de los más lúcidos analistas del sistema capitalista de producción de mercancías desde la posición del resistente: Günther Anders.
El cuidado del loco, la escucha del sufrimiento psíquico, no puede desatender el fundamental aspecto asistencial, la atención a una marginación que sabemos que es bien real, en un sistema para el que el loco es exclusivamente un estorbo improductivo y que su único interés es incluirlo en el universo de los consumidores, en este caso, de psicofármacos.
Si podemos establecer una idea que recorre todo el libro es la de sanidad pública. Sin sanidad pública, o sin educación pública, se le da al saber y al cuidado un estatuto de negocio que sería ridículo pensar que favorece o crea la calidad de no sé qué otra cosa que no sea la ostentación de una superioridad, de un creerse superior y parte de los elegidos de la sociedad. Quien crea que de ese modo se salvaguarda el saber, y no digamos la dignidad, quedará permanentemente condenado a la aburrida tarea de reclamar todo el tiempo el privilegio de una supuesta superior pertenencia.
“Sólo tenemos una voz para desmontar la mentira”, dice el verso de Auden. En la palabra se empeña este libro regido por la humildad, el cuidado atento y la radical posición crítica de alguien que no se cansó de decirlo.
Creo, y repito, que es un libro indispensable para todo aquel que quiera saber de este complicado asunto de la psiquiatría. Por otro lado, es un libro que no pide conformidad. Propone ideas que si no se hacen propias, quiero decir si no ayudan a pensar, no servirán de nada. Todo el enorme acerbo que nos transmite este libro tiene un propósito único y fundamental: que el lector se pregunte y piense qué hacer con su oficio y qué hacer con esta sociedad que la que le ha tocado vivir.

Francisco Pereña.
Madrid, agosto del 2016.

 

 

FUENTE: https://amsm.es/2016/10/09/manuel-desviat-cohabitar-la-diferencia-de-la-reforma-psiquiatrica-a-la-salud-mental-colectiva-resena-de-francisco-perena/

 

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