Carrera contrarreloj Coronavirus: el primer paso hacia una vacuna argentina

Es la mañana de un día agobiante. Por el calor y por la pandemia. No se ven los ladrillos colorados, típicos de Norwood, en los Estados Unidos, donde está la sede de Moderna, ni las señoriales callecitas que rodean al Imperial College, en Inglaterra.

Pero aquí, cerca de las avenidas General Paz y Constituyentes, a minutos del tanque de gas gigante que quedó como símbolo de otra época, también se piensa en una vacuna para frenar al Covid-19. De las 169 que aún siguen en carrera, 85 están en la fase preclínica (de ensayos en animales) y una de ellas es un prototipo argentino. Viva va a su encuentro.

El auto dobla hacia una entrada del campus de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y aparecen distintos bloques de edificios. El más grande, color cemento, de unos 4 mil metros cuadrados y tres pisos, es la sede del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas (IIB). En uno de sus laboratorios trabajan 12 científicos liderados por la investigadora principal del Conicet Juliana Cassataro, experta en inmunología y enfermedades infecciosas. Juntos están atravesando el minuto cero de una vacuna argentina contra el coronavirus.

Juliana Cassataro, líder del grupo de investigación, en su escritorio, con los retratos de sus hijas Juana y Greta. Foto: Andrés D'Elía.

Juliana Cassataro, líder del grupo de investigación, en su escritorio, con los retratos de sus hijas Juana y Greta. Foto: Andrés D’Elía.

El blíndex de entrada tiene un teclado con código de seguridad. Cassataro, distinguida con los premios Houssay (2017) y Fundación Bunge y Born (2014), y financiada tres veces por la Fundación Bill & Melinda Gates, baja para habilitar el ingreso. Al llegar, saluda con un ademán de choque de codos, sin hacer contacto. Prolija, con barbijo quirúrgico y un guardapolvo blanco sobre un vestido floreado.

Demostramos en el laboratorio que la fórmula que estamos investigando induce anticuerpos que neutralizan al virus.

Juliana Cassataro, inmunóloga.

“Nuestro proyecto está en etapa preclínica, de ensayo en animales, casi a punto de terminar esta fase. Es decir, en estos seis meses demostramos, en el laboratorio, que la fórmula que elegimos, basada en proteínas recombinantes –una tecnología muy segura en la que se sustenta por ejemplo la vacuna contra la hepatitis B y en la que tenemos más experiencia–, induce anticuerpos que neutralizan al virus. Ahora estamos hablando con empresas locales que tengan la capacidad de producir este prototipo en condiciones GMP (N. de la R.: Según normas y directrices que garanticen su apropiada fabricación) para poder empezar una fase de prueba en humanos”, dice a metro y medio de distancia.

El escenario

Al atravesar el blíndex se accede a espacios luminosos de escaleras, galerías, escritorios y laboratorios. Las mesadas de trabajo son amplias y en las primeras cuatro se distribuye el equipo de Cassataro. En todas hay pequeños contenedores de cristal (placas de petri, erlenmeyers, balones, beakers), pipetas para dosificar volúmenes, geles de acrilamida para separar proteínas, cajas, computadoras, ficheros y calendarios.

Del otro lado de un largo pasillo están el bioterio, donde se ensaya con animales (ratones), las zonas de máxima bioseguridad y, en las cercanías, las máquinas para hacer observaciones. Por ejemplo, ver si alguna de las versiones de la fórmula está “neutralizando al virus”, es decir, si está dando resultado: si eso ocurre, aparecen imágenes fluorescentes.

Los jefes de cada sector tienen, además, otra área delimitada con escritorios y computadoras, donde van programando las rutinas de cada día y leen papers e información de revistas especializadas en ciencia.

Eliana Castro y Lorena Coria, especializadas en diseño de vacunas, observan un recuento de células infectadas. Foto: Andrés D'Elía.

Eliana Castro y Lorena Coria, especializadas en diseño de vacunas, observan un recuento de células infectadas. Foto: Andrés D’Elía.

Como en muchos laboratorios, hay una escenografía de desorden ordenado. Una señal de que están a toda máquina. “Desde abril estamos trabajando, casi todos, en forma presencial durante doce horas por día. Muy comprometidos”, confirma Cassataro.

La fórmula justa

Aquí, en medio de estos “Juegos de Química” pero de verdad, se está gestando una vacuna que, para empezar a diferenciarla, no se basa en ninguna de las plataformas que utilizan las que ya fueron aprobadas, como la de Moderna y Pfizer (con sus tecnologías ARN), o como la rusa que se aplica en el país con una “aprobación de emergencia” y que consiste en dos dosis, cada una con un vector de adenovirus diferente.

Las fórmulas que ensayó el equipo argentino, y que dieron como resultado, hasta ahora, un prototipo viable, listo para transferir a otra etapa, utilizan proteínas recombinantes.

Cuando se nos brinda apoyo, los científicos argentinos tenemos la capacidad de desarrollar lo que sea que se necesite.

Eliana Castro, bioquímica.

Una técnica que Cassataro explica así: “Nosotros tomamos diferentes partes del virus, como por ejemplo su proteína Spike, para producirlas en laboratorio. Esas proteínas, que son proteínas recombinantes, que nosotros producimos con células en el laboratorio, las purificamos. Logramos que queden recontra puras, de modo que al ingresar al organismo no infecten las células pero sean reconocidas por el sistema inmunológico para generar los anticuerpos necesarios y defenderse del virus real”.

La científica María Laura Darriba dosificando componentes en el laboratorio de la UNSAM. Foto: Andrés D'Elía.

La científica María Laura Darriba dosificando componentes en el laboratorio de la UNSAM. Foto: Andrés D’Elía.

El trabajo del equipo argentino no termina allí. “A la fórmula se le agrega algo más para tener una respuesta inmune deseada. Por eso estudiamos diferentes compuestos. Es decir, utilizamos prototipos con distintas formulaciones y mezclas. Hay que probar la dosis del antígeno, la cantidad, la dosis del otro compuesto. Una gran cantidad de combinaciones. Todo eso lo probamos en animales, estudiamos la respuesta inmune y seleccionamos las mejores fórmulas que induzcan los mejores anticuerpos neutralizantes del virus. A eso nos dedicamos en estos seis meses. Producimos, inmunizamos e hicimos un screeningseleccionamos entre muchas posibilidades. Y logramos un muy buen prototipo y otros dos que son más o menos”, detalla Cassataro.

Cómo sigue

Estos resultados se lograron gracias a un equipo interdisciplinario. “Somos varios inmunólogos que ya veníamos trabajando juntos. Para el proyecto nos unimos, además, al grupo de virólogos de Diego Alvarez, quien se encarga del diseño de las formulaciones candidatas incorporando las mutaciones del virus que circula en la Argentina”, comenta Cassataro.

Y agrega cómo fue el primer momento de este proyecto: “Decidimos presentarnos para recibir un subsidio de investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología bajo el título: Desarrollo de estrategias que ayuden a la prevención del coronavirus. Y es lo que estamos haciendo. Hacer una vacuna es una frase que suena muy linda, pero no se puede lograr solamente en mi laboratorio. Nosotros solos no vamos a poder concretarla. Lo que sí pudimos, en esta primera etapa, fue poner a punto las técnicas para estudiar su respuesta inmune. Para avanzar hay que transferir el prototipo a una empresa que pueda producirla con una manufactura regulada por ANMAT, lograr que se apruebe y pasar a una fase 1. Ahí seríamos parte de una cadena que lamentablemente, en la Argentina, no está conectada”, explica Cassataro.

Se refiere a que, por separado, están los eslabones, pero eso no es suficiente. “En el país tenemos buenos científicos que pueden trabajar bien en un laboratorio. Tenemos también la posibilidad de ensayos clínicos (en humanos) buenísimos. Aquí se hicieron los de Pfizer y están en marcha los de una vacuna china. Además, existen empresas con capacidad de producir, por ejemplo, un principio activo de la vacuna de Oxford. Los eslabones están, pero falta el envión para empezar. Y, por supuesto, como se trata de un proceso largo y muy costoso, se necesita un amplio financiamiento y una decisión política a largo plazo”, revela la científica.

Cuestión de tiempo

El largo plazo que menciona Cassataro es vital en el trabajo científico. Varias de las vacunas contra el Covid-19 que avanzaron rápido, lo hicieron porque quienes las investigaban se basaron en estudios previos.

“Si vemos las vacunas que llegaron muy rápido, detrás de ellas hay científicos que venían trabajando en ellas desde hace 15 o 20 años. No existe algo que sea tan rápido sin una investigación muy profunda”, confirma la experta.

El tiempo también fue clave en la historia de este prototipo argentino. Primero, porque cuando se tomó la decisión de trabajar de manera presencial en el laboratorio hubo que organizar rápidamente las rutinas en casa y apretar en agendas el tiempo para las clases de los chicos (varios científicos de este equipo tienen hijos en edad escolar), para las tareas de la casa y para el trabajo de laboratorio, que en esta etapa es totalmente empírico.

La bioquímica Karina Pasquevich sostiene un gel de acrilamida que se usa para identificar las proteínas del coronavirus. Foto: Andrés D'Elía.

La bioquímica Karina Pasquevich sostiene un gel de acrilamida que se usa para identificar las proteínas del coronavirus. Foto: Andrés D’Elía.

De los 13 integrantes del grupo, 10 son mujeres, varias con hijos en edad escolar y una de ellas, la bioquímica y viróloga Eliana Castro, está embarazada. No fue fácil arrancar, pero apareció allí lo que más brilló en pandemia: la idea de que todo es posible aún en las peores condiciones.

Eugenia Bardossy tiene 35 años, es bioquímica y dice que “su participación es mínima comparada con lo que realizan otros colegas del equipo”. Lo que fue máximo en su vida fue organizarse para seguir trabajando y no desatender a sus dos hijos: uno de 3 años y otro de 10 meses.

Lorena Coria es una experta en inmunología y tiene un nene de dos años que, cuando ella está en el laboratorio, queda al cuidado de su pareja. La salud humana le interesó desde que estaba en el secundario. Por eso se siente muy plena en este momento: “Cuando empezó la pandemia y se presentó la oportunidad de colaborar aportando nuestro conocimiento y experiencia en el desarrollo de vacunas para ayudar a combatir este problema, no lo dudamos. Estamos aprendiendo mucho y además somos conscientes de que estamos desarrollando algo que nos daría independencia en el suministro de vacunas”.

Cuando era chica, a Eliana Castro le interesaba “lo microscópico y lo astronómico”, pero en la adolescencia se orientó hacia la salud. Se anotó como voluntaria en el Hospital Evita, de Lanús, para saber si su vocación era más asistencial o de investigación. Decidió estudiar bioquímica en la UBA. Hoy es una experta en diseño de vacunas.

“Ser parte de este proyecto implica cumplir, realmente, con el objetivo de aportar a la prevención de una enfermedad, en este caso causada por un virus nuevo que está dañando a la sociedad y que me ha golpeado personalmente. También hizo tangible la capacidad que tenemos en nuestro país de desarrollar lo que sea que se necesite cuando se nos brinda apoyo”, comenta sobre su rol de científica.

Estamos trabajando en algo que nos daría independencia en el suministro de vacunas.

Lorena Coria, inmunóloga.

Sobre su rol de mamá, cuenta: “Con mi marido, tuvimos que incluir en nuestras rutinas las actividades y cuidados de nuestra hija de 5 años a tiempo completo (zooms, tareas, juegos). También organizarnos con las tareas de la casa. Así que trabajo en el laboratorio a la mañana, y las lecturas, reuniones y docencia los hago desde casa. Ahora , además, estoy embarazada de 4 meses, así que estamos muy contentos.”

Leandro Battini tiene 29 años y es uno de los más jóvenes del grupo. Es biólogo, está cursando su doctorado y se interesa por el desarrollo de antivirales. Pertenece al grupo de Diego Alvarez, fusionado con el de Cassataro. Para él, la vocación estuvo clara desde siempre. Sus padres y su hermano son biólogos y su pareja, también. “En 2020, por la pandemia, muchos científicos se orientaron al Covid-19. En ese contexto llegué a este grupo”, explica.

Claudia Filomatori es bioquímica y doctora en Ciencias Biológicas. Tiene una función vital: analiza la variabilidad del material genético del virus que circula en la Argentina. Pero lo realmente difícil es “compatibilizar la ecuación Pandemia/Familia/Trabajo. Tengo tres hijos en edad escolar y por momentos se me hizo complicado ser mamá, ama de casa, maestra y científica”.

La bioquímica Karina Pasquevich participa activamente en el estudio de las respuestas inmunes de las fórmulas probadas. Desde pequeña, su padre, físico, le transmitió la pasión por hacerse preguntas y tratar de responderlas. Sobre su vida en pandemia dice: “Tuve la escuela de mis dos hijas en casa, fue un desafío a nivel familiar. Afortunadamente, tuve el apoyo de mi marido y los abuelos para venir al laboratorio”.

El equipo de la “vacuna argentina” se completa con los científicos Diego AlvarezMaría Laura DarribaLucas SaposnikCeleste Pueblas Castro (de 26 años, quien justo una semana antes de la cuarentena se mudó para vivir sola), Laura Bruno y Lucía Chemes.

Ciencias de la vida

La directora del proyecto, Juliana Cassataro, también tuvo que adaptar a su familia para el trabajo en pandemia. Con su marido, Roberto, organizaron los tiempos de atención para Juana, de 17, y Greta, de 13.

De ellas habla sin pausa, pero cuando se le pregunta sobre sus propios orígenes, duda en responder. “No porque quiera ocultarlos, sino porque no quiero que mi historia desvíe el foco de atención de nuestro trabajo científico”, dice.

Se refiere a que es hija de padres desaparecidos. Cassataro, de 46 años, tenía 3 años y medio cuando se llevaron a sus padres. No recuerda nada. A ella y a su hermana menor las dejaron en la Casa Cuna de La Plata, donde fueron encontradas por un tío abuelo.

“Me educó mi abuela Juana, de Mar del Plata, con mucho amor y exigencia para el estudio. A veces pienso que el darme cuenta, tan temprano, de que no todo es perfecto y de que las cosas pueden fallar, me hizo siempre tener un plan B, C, D y E para que todo funcione. También pienso si el volcarme hacia las ciencias de la vida tiene que ver con que son lo opuesto a lo que viví cuando era chica”, comenta.

¿Por qué tu equipo quiere seguir con el proyecto de una vacuna si ya hay otras que se están aplicando?

Nosotros vamos a tardar seguramente mucho más tiempo del que la sociedad demanda en este momento, pero si estas vacunas que ahora se compraron y se están aplicando en nuestro país requieren refuerzos anuales, en un futuro estaría buenísimo poder hacerlas acá y que estas capacidades existan en la Argentina. Así no hay que estar esperando si nos las envían, o si las compran. Si un día no se puede… tenemos que tener la capacidad de hacerlas.

Y en una mañana de agobio, por el calor y la pandemia, llega aire fresco. Cassataro dice al despedirse que, si tuviera todos los recursos necesarios disponibles, a mediados de 2022 podría estar terminándose esta vacuna que ahora da sus primeros pasos. ¿Un sueño?

 

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