¿Quién maneja la agenda científica?

 

Las investigaciones sobre vectores y contaminantes ambientales que pueden afectar la salud o generar pandemias como la actual aparecen ausentes en la agenda de investigaciones biomédicas globales, monopolizada por estudios sobre tratamientos para el cáncer y enfermedades cardiovasculares. Así lo revela una investigación que da cuenta de la influencia de las corporaciones privadas en el mundo científico.

Por Vanina Lombardi
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Agencia TSS – Se estima que el número de brotes epidémicos de enfermedades infecciosas se triplicó entre 1980 y 2010. Tan solo en lo que va de este siglo, la humanidad tuvo que enfrentar al SARS en 2003, pandemias de gripe entre 2009 y 2010, al MERS en 2012, al ébola a partir de 2014 y, ahora, el nuevo Sars-CoV-2 y sus mutaciones. Hace tiempo que los expertos advierten sobre el riesgo de estos brotes, que no desaparecen. ¿Podría haberse evitado el surgimiento del nuevo coronavirus si los temas que ocupan a las instituciones más prestigiosas e innovadoras del mundo hubieran sido otros?

“Si la agenda fuera otra, no tendríamos los problemas que tenemos a nivel ambiental ni de salud. Todas las enfermedades vinculadas a SARS y MERS, y muchas otras que son importantes sobre todo en países periféricos, porque están asociadas a problemas de pobreza y desarrollo, aparecen completamente marginadas de la agenda de investigación en salud y biomedicina”, considera el biólogo molecular Matías Blaustein, uno de los autores de un estudio publicado en la revista especializada PlosOne, que reunió a investigadores de la Argentina, Canadá y Francia provenientes de diversas disciplinas, tanto sociales como biológicas, detrás de los mismos interrogantes: qué, quién, para qué y para quién se investiga a nivel mundial.

Este trabajo da cuenta del vínculo entre las grandes corporaciones biotecnológicas y la agenda global de investigación, y deja en evidencia, no solo que el tratamiento y la cura de cáncer y las enfermedades cardiovasculares son las que predominan en las investigaciones; también revela una ausencia casi total de publicaciones referidas a enfermedades infecciosas y provocadas por virus y vectores, como el chagas, el dengue y el propio SARS-CoV-2. “Empezamos la investigación antes de la pandemia, hace alrededor de dos años más. Entonces, las enfermedades infecciosas tenían un lugar muy minoritario en la agenda, que era exclusiva o centralmente ocupado por investigaciones sobre VIH”, recuerda la economista Cecilia Rikap, que también es coautora de este trabajo.

En la investigación se relevaron las 30 revistas científicas de ciencias de la salud y biomedicina de mayor impacto o prestigio en el mundo, en dos períodos diferentes, de 1999 a 2008, y de 2009 a 2018. Por un lado, hicieron un análisis discursivo en busca de los temas más investigados, mediante el uso de herramientas lingüísticas de big data e ingeniería de datos. Por otro, analizaron las filiaciones en los trabajos publicados, es decir, qué instituciones son las que publican en esos medios académicos.

“Cuando la forma de atacar los problemas se reduce a la biología molecular y celular sin entender o sin darle entidad a la cuestión macro, social y ambiental, aparecen los problemas y tenemos epidemias y pandemias”, advierte Blaustein.

“Las corporaciones privadas aparecen muy por encima en la determinación de la agenda global, mucho más que instituciones públicas de renombre, como podrían ser el CONICET y la UBA en la Argentina, que están en el lugar 700”, dice Blaustein, y agrega que estas también aparecen conectadas con las instituciones públicas de una manera en que la agenda termina siendo determinada por las corporaciones privadas.

De acuerdo con los resultados obtenidos, por ejemplo, Roche, Merck, Novartis, AstraZeneca y GlaxoSmithKline figuran entre las que aparecieron con mayor frecuencia durante el primer período analizado; mientras que, en el segundo período, Merck y AstraZeneca desaparecen de la red y le dejan el lugar a Pfizer. De manera similar, al analizar las autorías por separado, a lo largo de todo el período estudiado, Roche, GlaxoSmithKline, Pfizer y Merck aparecieron entre las primeras 200 posiciones. Además, del análisis se desprende que se incrementó el vínculo entre corporaciones e instituciones públicas, lo que demuestra cómo se ha potenciado la influencia del sector privado en la agenda científica. Un caso llamativo es el de Roche, que pasó de tener un solo vínculo directo con un único clúster de organizaciones durante el primer período, a estar conectada con 11 instituciones de cuatro grupos diferentes.

“Analizar estos vínculos como un enredo, nos permite ver que la influencia de las farmacéuticas no es solamente directa, en función de aquello que financian o con quién se vinculan y publican, sino que la red de publicaciones da cuenta del entramado científico en el área de salud y biomedicina”, explica Rikap, y subraya que esto también es relevante porque a veces se corre el riesgo de que se responsabilice a quienes investigan por la elección de los temas, cuando en verdad las agendas de investigación se insertan en equipos ya consolidados, que para poder funcionar tienen que solicitarles financiamiento a agencias nacionales e internacionales, que suelen priorizar temas vinculados a los intereses de las grandes corporaciones farmacéuticas y biotecnológicas.

“Ahora, todos estamos investigando coronavirus, pero no hubo algo semejante para el dengue”, ejemplifica Rikap, que se especializa en el análisis de los sistemas de innovación corporativos y en la vinculación entre universidades y empresas, y advirtió que este trabajo también revela una falta de planificación de la política pública, que cuando aparece suele estar orientada a intereses privados, ya que muchas veces las empresas nacionales tienen vínculos con grandes corporaciones biotecnológicas y alinean sus investigaciones con ellas.

En este sentido, Blaustein dice que, ante las desigualdades que la actual pandemia ha puesto en evidencia, “hoy más que nunca aparece la necesidad de tener nuestra propia producción de vacunas, no solo para COVID-19 sino también para nuestras propias enfermedades endémicas como el hantavirus, el dengue, el sika y muchas otras para las que tendríamos la capacidad y posibilidad de hacerlo, si realmente existiera esa vocación y voluntad política”.

“Empezamos la investigación antes de la pandemia, hace alrededor de dos años más. Entonces, las enfermedades infecciosas tenían un lugar muy minoritario en la agenda, que era exclusiva o centralmente ocupado por investigaciones sobre VIH”, recuerda la economista Cecilia Rikap, que también es coautora de este trabajo.

Cuestión de agenda

Las actividades extractivas en la Argentina fueron consideradas esenciales desde el inicio de la pandemia y por eso quedaron fuera del alcance de las medidas de aislamiento social preventivo y obligatorio. En poco más de un año, al aumento de contagios y muertes provocadas por la COVID-19 se sumaron la desesperación de no poder frenar incendios que convirtieron en cenizas cientos de hectáreas de humedales y bosques al norte y sur del país. A esto se suman la preocupación por el aumento de los desmontes y la deforestación, y los anuncios sobre nuevos proyectos productivos que alarman por sus posibles implicancias ambientales, como las megafactorías porcinas, a pesar del riesgo zoonótico que eso pueda implicar, o la habilitación de nuevas actividades mineras, a pesar del rechazo de los pobladores locales que suelen ser perseguidos, amenazados y hasta detenidos, como ocurrió a principios de esta semana en Andalgalá, Catamarca.

“Cuando la forma de atacar los problemas se reduce a la biología molecular y celular sin entender o sin darle entidad a la cuestión macro, social y ambiental, aparecen los problemas y tenemos epidemias y pandemias”, advierte Blaustein, y destaca que las vacunas o fármacos “no van a terminar siendo sino otra cosa más que parches, si seguimos avanzando en este modelo con el que cada vez tenemos más destrucción de la naturaleza, más hacinamiento en grandes ciudades, menos acceso a la salud, a la higiene y al agua”.

Al respecto, este biólogo molecular que se especializa en la investigación del cáncer y le preocupan sus posibles desencadentantes ambientales, advierte que el análisis deja en evidencia que en las agendas de investigación en biomedicina y salud domina todo lo relativo al tratamiento molecular y farmacológico una vez que ya existe la enfermedad. Por el contrario, los términos “sociales” y “ambientales” ligados al tratamiento de la salud están completamente ausentes. Por ejemplo, no se analiza qué componentes permiten los orígenes zoonóticos de esas enfermedades, cuáles son los vectores asociados a su transmisión (como mosquitos o murciélagos), cómo se relacionan esos vectores con los seres humanos y el hacinamiento en las grandes ciudades, o en qué medida el extractivismo y el desmonte desplaza a muchos de esos animales de sus hábitats naturales y hace que entren en contacto con las personas.

“No decimos que todos tenemos que ser generalistas, pero tampoco podemos arriesgarnos a perder visión de la globalidad, y este trabajo da cuenta de que se está perdiendo. Que todas las investigaciones aborden la problemática del cáncer como un problema de comportamiento celular o molecular es reduccionista, porque pierden de vista que no estamos hablando de la salud de la célula, sino de la salud de las personas, que es mucho más que el estado de sus células”, coincide Rikap. Y concluye: “Es necesario repensar la política pública de manera más integral y a largo plazo. La Argentina tiene la posibilidad de desarrollar energías renovables pero no lo hace. También tiene las bases para estar a la frontera tecnológica en producción agroecológica, pero tampoco lo hace. Por el contrario, sigue profundizando un modelo de subdesarrollo, de pobreza y de mayor desigualdad, un modelo de extractivismo de recursos naturales, de conocimiento y de datos”.


15 abr 2021

 

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