La edición genética es un arma de destrucción masiva para la inteligencia de EEUU (rescatando de la historia)

Foto: James Clapper, el director estadounidense de inteligencia nacional, dirige agencias de espionaje con un presupuesto conjunto de más de 50.000 millones de dólares.

CRISPR es barata y fácil de usar y, por tanto, difícil de controlar. Podrían crearse virus que alteren el ADN humano, pero otros expertos no comparten este miedo

por Antonio Regalado | traducido por Teresa Woods

     11 Febrero, 2016
La edición genética constituye un arma de destrucción masiva. O eso afirma el director estadounidense de inteligencia nacional, James Clapper. Este martes, el nuevo informe anual de evaluación de riesgos mundiales de la comunidad de inteligencia estadounidense añadió esta técnica a la lista de amenazas que plantean las «armas de destrucción y proliferación masiva».

La edición genética incluye las distintas maneras de alterar el ADN que vive dentro de las células vivas. El método más popular, CRISPR, está revolucionando las investigaciones científicas, dando paso a novedosos animales y plantas. Y es probable que impulse una nueva generación de tratamientos genéticos para enfermedades graves (ver Todo lo necesario sobre el año de infarto de CRISPR y la edición genética).

Lo que preocupa a la comunidad de inteligencia estadounidense sobre la edición genética es su relativa facilidad de uso, según el informe. «Dada su amplia distribución, bajo coste y el ritmo acelerado de desarrollo de esta tecnología de doble uso, su mal uso deliberado o accidental podría tener amplias implicaciones económicas y de seguridad nacional», afirma el informe.

Esta decisión de señalar la edición genética como posible arma de destrucción masiva (ADM) sorprendió a algunos expertos. Fue la única biotecnología que figura entre un total de otras seis amenazas más convencionales, como la supuesta detonación nuclear de Corea del Norte el 6 de enero, las armas químicas no declaradas de Siria y los nuevos misiles de crucero rusos que podrían violar un tratado internacional.

El informe es una versión desclasificada de la «percepción colectiva» de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) y media docena de otras operaciones estadounidenses de espías y recopilación de información.

Aunque el informe no nombra específicamente a CRISPR, está claro que Clapper tenía en mente el sistema más nuevo y versátil de edición genética. Los ingredientes básicos para trabajar con ella se pueden comprar en internet por unos 60 dólares (unos 53 euros). Así que su bajo coste y su relativa facilidad de uso parece haber asustado a las agencias de inteligencia.

«Las investigaciones de edición genética realizadas por países con distintos estándares regulatorios o éticos que los países occidentales probablemente aumenten el riesgo de la creación de agentes o productos biológicos potencialmente dañinos», detalla el texto.

El temor de la biotecnología es su doble uso, ya que los avances científicos también podrían ser aprovechados como arma. El informe hizo constar que los nuevos descubrimientos «recorren la economía y se globalizan con facilidad, al igual que el personal con la experiencia científica para diseñarlos y utilizarlos».

Clapper no detalló ningún escenario concreto de bioarmas, pero los científicos han especulado con anterioridad acerca de la posibilidad de que CRISPR sea empleado para producir «mosquitos asesinos», plagas que diezmen cosechas claves o incluso un virus que altere el ADN de las personas.

«La biotecnología, más que cualquier otro dominio, tiene un gran potencial para el bienestar humano, pero también es posible abusar de ella», asegura el analista de políticas de RAND y un antiguo secretario general adjunto del Departamento de Defensa de Estados Unidos, Daniel Gerstein. El experto explica: «Nos preocupa que la gente desarrolle algún tipo de patógeno con unas robustas capacidades, pero también nos preocupa el mal uso». Gerstein cree que «la edición genética podría producir un accidente catastrófico, puesto que el genoma representa la misma esencia de la vida».

Para el experto en bioarmas del Centro de Woodrow Wilson en Washington, D.C. (EEUU), Piers Millet, la decisión de Clapper de incluir la edición genética en la lista ADM fue «una sorpresa». En su opinión, el desarrollo de una bioarma, por ejemplo una forma extravirulenta del ántrax, aún requiere el dominio de «una amplia gama de tecnologías».

El desarrollo de bioarmas está prohibido por la Convención de Armas Biológicas y Toxinas, un tratado del tiempo de la Guerra Fría que ilegaliza las iniciativas de guerra biológica. Estados Unidos, China, Rusia y otros 172 países lo han firmado. Millet dice que los expertos que se reunieron en Varsovia (Polonia) el pasado mes de septiembre para discutir el tratado creían que la amenaza por parte de los grupos terroristas aún era remota, dada la complejidad de producir tal bioarma. Millet dice que el grupo concluyó que «para el futuro previsible, tales aplicaciones seguirán estando al alcance únicamente de los estados».

El informe de inteligencia señala específicamente la posibilidad de utilizar CRISPR para editar el ADN de embiones humanos. Esto produciría cambios genéticos en la próxima generación de humanos, por ejemplo, eliminar los factores de riesgo de enfermedades. El texto también señala que los rápidos avances de la edición genómica en 2015 provocaron que «grupos de biólogos estadounidenses y europeos de perfil alto cuestionaran la edición no regulada de la línea germinal humana (las células relevantes para la reproducción) que podrían crear cambios genéticos heredables».

Hasta ahora, el debate acerca de cambiar los genes de la próxima generación ha sido sobre todo una cuestión ética, y el informe no especificó cómo tal desarrollo sería considerado como una ADM, aunque es posible imaginar un virus diseñado para matar o lesionar humanos al alterar sus genomas.

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